Un consejo no solicitado para las izquierdas latinoamericanas: no defiendan a Cristina Kirchner y a Pedro Castillo porque para hacerlo tendrían que meterse en lodazales muy hediondos y les puede rebotar como búmeran. La vicepresidenta Kirchner ya tiene una sentencia judicial que seguramente será confirmada por las siguientes instancias a las que apelará. Las evidencias presentadas por los fiscales son contundentes y, más que eso, la trama de negociados con Lázaro Báez fue tan burda que las huellas son profundas y están ahí para quien las quiera ver. Por otra parte, si se detuvieran a revisar los antecedentes políticos de la pareja K ni por casualidad encontrarían una pizca de izquierda. Mientras la dictadura mataba y desaparecía a miles de personas, ellos se enriquecían en la Patagonia sin ofrecer sus servicios como abogados para salvar una vida o por lo menos sacar a alguien de las cárceles.
En cuanto a Pedro Castillo sería conveniente que analicen las acusaciones de manejos económicos oscuros que pesan sobre él y que seguramente se ventilarán en los juicios que le esperan. No son de la magnitud de la corrupción K (posiblemente le faltó tiempo). Pero la razón fundamental para alejarle a cualquier defensor no está solamente en ese aspecto, sino sobre todo en la absoluta incapacidad y demostrada inoperancia de este personaje. En su paso por el gobierno no necesitó de enemigos para sumirse en la completa inoperatividad y para sacar a flote su contenido reaccionario. Como corolario, dio un golpe de Estado que, gracias a su torpeza, no prosperó, pero contribuyó a la erosión de la institucionalidad política peruana. Con amigos (o defendidos) de ese tipo, la izquierda no necesita enemigos. Uno solo de estos le hace más daño que diez de los del otro lado.
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Por todo eso, sorprende que los defensores de estos dos políticos impresentables traten de explicar lo sucedido con las muletillas del lawfare y de las conspiraciones de la derecha, las oligarquías y el imperialismo. Precisamente ahí es en cuando las pillerías de dos políticos que no merecen ningún respaldo se revierten sobre gran parte de las izquierdas, ya que implícitamente están sosteniendo que esas fuerzas ocultas, con sus maniobras siniestras, son las únicas que actúan frente a actos evidentes de corrupción y a intentos de golpe de Estado. Cuando toda la vida nos han dicho que esos fantasmas son los que promueven esas acciones, ahora prácticamente los reconocen como los garantes del Estado de derecho y los muros de protección frente a los golpes de Estado. En el fondo, un razonamiento de esa naturaleza es la aceptación de la propia impotencia para asumir y enfrentar una realidad dolorosa que solamente puede ser cambiada a partir de una autocrítica.
Cabe destacar que, como ha sucedido en otras ocasiones, estos dos hechos han puesto en evidencia las diferencias dentro de las izquierdas. Mientras los gobernantes de México y Venezuela se adhirieron a la victimización de Kirchner y Castillo, Gabriel Boric (más diplomático) y Lula da Silva (más frontal) respondieron con los principios y valores de la justicia y la democracia. Estos últimos no se acogieron al maloliente espíritu de cuerpo que nubla el pensamiento y que pone a quienes lo practican al alcance del rebote de las acusaciones. (O)