Una corriente de la Antropología considera que la boda, himeneo o casorio se ha mantenido como uno de los ritos más antiguos de la humanidad no solamente porque está vinculada a la función de la reproducción de la especie, sino también porque marca un cambio en la vida de todas las personas involucradas, que no se reducen a las dos que se unen. Desde el momento en que los novios se dan el sí, surgen nuevas relaciones de parentesco que redefinen a las respectivas familias y alteran el entramado de amistades de los contrayentes. Adicionalmente, señalan que, a diferencia de otros ritos laicos o religiosos, como el bautizo, la fiesta de quince años o las honras fúnebres, en las sociedades modernas este proviene del albedrío de las dos personas y no de la voluntad de los padres, de la familia o del entorno social. Por ello, dicen los estudiosos, las ceremonias tienen un componente esencialmente social, más que íntimo o familiar. Una evidencia a la que gustan acudir, y que coloca el tema en el insondable plano de las creencias, es que el ámbito escogido para el primer milagro de Jesús es nada más y nada menos que una boda que se realizaba en Caná de Galilea.
Muchos de aquellos académicos deben haberse sentido dichosos la semana pasada al observar cómo se comprobaban sus asertos cuando las redes sociales y los mentideros políticos se llenaban de fotos, memes y comentarios sobre una boda. El acto íntimo se demostró como un hecho público, tal como ellos vienen sosteniendo. Pero, además de la tradición, en esta ocasión había dos motivos muy claros para que ello ocurriera. El primero es que no se trataba de una boda cualquiera. Quien se casaba era la alcaldesa de Guayaquil, la primera autoridad de la ciudad y, si se acepta que la vida privada de los personajes públicos es pública, era imposible que pasara inadvertida y que no alcanzara esa dimensión. El segundo motivo fue la profusión de fotos y videos emanados desde la propia ceremonia. Con ello, el rito no solamente se transformó en un hecho público, sino que entró rápidamente al campo político y opacó, por lo menos momentáneamente y en ciertos círculos, a los problemas que hasta ese momento preocupaban al país.
De ahí en adelante, como sucedió meses atrás con el matrimonio del hijo del vicepresidente de la República, era imposible que no se mezclaran los juicios de valor sobre el look tecnocumbiero de los vestidos de la novia y sus hijas con las presencias y ausencias de personajes políticos, y con las maniobras arteras que en ese mismo momento se producían en torno al funesto Consejo de Participación Ciudadana y Control Social. No faltó quien interpretara la boda como una expresión del fortalecimiento del acuerdo entre el partido de la novia y el que empleó al novio durante largo tiempo, e incluso se llegó a poner en duda que él ya no tuviera relación con esa organización política. Lo cierto es que mientras se desarrollaba la ceremonia y la correspondiente celebración, en oscuros salones quiteños se cocinaban ardides demasiado evidentes como para que pudieran ser opacados por el boato de la boda. El panem et circences funciona, pero termina junto con la fiesta. (O)