Luego de un día de sufrimiento –muchos ecuatorianos nos hieren a cada paso; buena muestra, los incidentes que tienen que ver con la vacunación–, regreso al regazo de los libros. Sostener en un tuit “no quiero leer ni hablar de libros” fue un exabrupto de un momento de debilidad, a la sola constatación de que digan lo que digan la Constitución y la Biblia, los seres humanos no somos iguales, porque mientras unos pocos se vacunaron acunados por música de saxofón, la gran legión de los demás estamos penando en una espera que no tiene visos de cuándo terminará. Hay comentaristas que dicen “así ha sido siempre”, aludiendo a la escala que ha jerarquizado a la humanidad. Y es cierto, pero eso no significa que tenemos que claudicar en materia de defensa de los derechos. Está bien que la gente reclame, denueste e interprete lo que ha ocurrido para que sectores de la sociedad siempre salgan favorecidos mientras otros sufran menoscabo y postergación. Las gotas de agua perforan las piedras, tienen que caer imparablemente.

Los comportamientos entregan su contingente al concepto de cultura. Por eso hoy se habla de cultura del ocio –buena cosa si es ocio y no holgazanería– y se ha derivado a utilizar este, uno de los conceptos más fundamentales y útiles, en sentido negativo. Se habla de cultura de la violencia, cultura del abuso, cultura de la estafa. Todavía me cuido de caer en esa traición a la idea de que todos construimos cultura con nuestros edificios de ideas, con nuestras manos hábiles, con nuestros afectos y arraigamientos, y, habitantes de una más que de otras, nos ligamos a tierra, clima y personas hablando una misma lengua y hasta comiendo los mismos platillos.

Con el paso del tiempo cultura se aproximó más a educación y arte, a geografía e historia, ese aluvión del alma que fue el Renacimiento nos heredó el Humanismo y luego las Humanidades. Los estudios se dividieron falsamente entre científicos y filosóficos y se atribuían rasgos psicológicos diferentes a los dedicados a uno u otro sector. Desperté tarde a esta dualidad por mi temprana inclinación por las letras y hoy creo que bajo el amplio paraguas de la cultura caben todas las expresiones de la psiquis humana y toda la laboriosidad del afán constructor. Y quisiera retomar mi vida para planificar en ella otro proyecto educativo, uno más ambicioso y estimulante, más explorador de capacidades y alimentador de curiosidades.

Lo cierto es que mi “fragmento” de cultura fue humanístico, a pesar de que estudié la secundaria en un colegio de comercio. Allí se produjo la falsa división. La universidad me convenció de que la literatura era “lo mío” y no lo voy a discutir cincuenta años después de dedicación a un saber y una pasión que siguen intensamente vivos. Pero en el camino me han hecho guiños la física –tuve una colega que demostraba clase a clase que toda la realidad tenía una explicación en esa ciencia–, la anatomía cuando el cuerpo ha sido experiencia de primera línea; la química, salvadora y destructora del mundo, al mismo tiempo. ¿Cuál será el secreto de una mente matemática y por qué las mujeres las han cultivado menos?, me he preguntado. Y en la medida en que las máquinas fueron enriqueciendo las vidas, la tecnología expuso cuánto les debemos a quienes supieron inventarlas y ponerlas a nuestro servicio. Como se ve, todo es cultura. Mejor, si es en sentido positivo. (O)