En este mes hubiese querido escribir una columna dedicada a las fiestas octubrinas de esta bella ciudad, llenar estas líneas de bonitos adjetivos dedicados a la gallardía, voluntad y valentía de los guayaquileños, que históricamente han sido ejemplo de libertad y progreso, pero lo que estamos viendo día a día le da cierta opacidad a una fecha que debía ser de absoluta celebración, pues habría sido nuestra primera gran fiesta nacional después de la exitosa vacunación –y reducción de los índices de contagio y gravedad de la pandemia–, pero la inseguridad y la delincuencia nos tienen en vilo.

Desde hace décadas soy una asidua consumidora de la prensa tradicional (y en los últimos años también de la prensa digital en redes sociales): adquiero el diario en físico para leerlo por las mañanas, veo los principales noticiarios y programas de entrevistas en televisión nacional, e incluso los llamados reportajes comunitarios, y aunque los casos criminales han existido desde siempre, lo de estas semanas es de película de terror.

Mi hábito matutino de desayunar con las noticias se ha vuelto un ejercicio de tortura, incluso escribo este texto con un nudo en la garganta. Los noticiarios están rebosando de casos de delincuencia, todos los días, a todas horas y en todos lados, no podemos estar en paz.

Debido a que, hoy en día, muchas actividades, como las de estudio y trabajo, se pueden ejecutar de manera virtual, yo salgo muy poco de casa. Solo me movilizo para lo estrictamente necesario. Al principio por el miedo al virus, pero ahora mucho más por el miedo a la delincuencia. Sin embargo, no dejo de preocuparme cuando uno de mis seres amados está fuera, exponiéndose al peligro, en especial pienso por mis hijos. Hemos llegado a tal punto de que ya no estamos a salvo ni siquiera dentro de un centro comercial: hace unos días una persona recibió un disparo dentro de uno de estos lugares en donde uno espera que no ocurran estas cosas. Empecé hablando de Guayaquil, por motivo de las fiestas de independencia, pero en realidad es un problema que está creciendo a nivel nacional.

No merecemos vivir así. Poco a poco se están desmontando las restricciones de la pandemia: ya se puede asistir al estadio, a clases, al teatro, al circo, etcétera. Y eso es muy necesario para reactivar la economía, recuperar el empleo y combatir la pobreza, pero esto que estamos viendo va a influir para que ocurra el efecto contrario: la gente va a querer salir menos, regresar temprano a casa o ir únicamente a lugares cercanos. De cualquier forma, todo eso va en contra de nuestro deseo de recuperación productiva.

En lo personal, y posiblemente igual que la mayoría de los ecuatorianos, poco puedo aportar en cuanto a ideas o soluciones para esta problemática, pues es un tema muy complejo y crítico. Pero como ciudadana en extremo preocupada, le ruego a Dios que les dé sabiduría y visión a las autoridades encargadas, para que puedan tomar las mejores decisiones y regrese la paz. Y con la misma fe que tuve en que superaríamos los momentos más difíciles de la pandemia, también llevo conmigo la esperanza en que esta vez también Ecuador sanará. Confío en que así será. (O)