En los últimos días redes sociales y otros medios de comunicación de forma orquestada recogen expresiones de frágil optimismo de autoridades y gremios empresariales, resaltando supuestos éxitos de contención al terrible hongo destructor de bananeras, minimizando su presencia en Colombia de que solo se trata de pocas fincas, siendo once de trece de un lote de 2.400 hectáreas, cuando inicialmente eran tres. Extraña escuchar que Ecuador está “blindado” o preparado para enfrentar su arrolladora llegada, lo cual contradice la frondosa experiencia de otros países que desmienten esas afirmaciones.

Han sido vanos los largos seminarios, como el realizado en Colombia, en noviembre 7 y 8 de 2019, ya como país contagiado parcialmente por el mal, en que se relató con detalle su peligrosa difusión, la cantidad de recursos privados y públicos destinados para frenarlo, el costo de construcción de obras faraónicas de represión, peor de erradicación, que ni el Estado ecuatoriano ni sus empresarios de todo nivel podrán soportar. Es trascendental que se conozca la verdad, invocando a los responsables públicos que la descarnen sin temor, si no es así, es obligación de técnicos e inversores privados que la busquen y proclamen a los nuevos gobernantes evitando información distorsionada.

Un experto de Oirsa, organismo de integración de núcleos fitosanitarios, presentó un explicativo cuadro con índices de previsiones de llegada que aluden que ya estaría en el país, cómodamente preparando el ataque brutal. Basados en ellos, antes en un artículo en EL UNIVERSO estimábamos que el primer brote en América irrumpiría en el 2020, confirmado en Colombia en agosto de ese año. Ahora, el investigador centroamericano Luis Ernesto Pocasangre afirma que la invasión del patógeno en Perú es mucho más peligrosa para Ecuador, no solo por la permeable y vecina frontera sur, sino por las características de cultivo de los pequeños plantíos peruanos sin delimitación precisa, con mucha movilidad interna, riego por gravedad que facilita la difusión de esporas e incapacidad económica para acometer costosas obras de prevención, llegando a la conclusión de que “el hongo arribará al Ecuador en un futuro cercano, ya sea de Colombia o más probable de Perú”.

No existiendo variedades resistentes ni señales concretas que garanticen su pronta búsqueda, lo único que queda es un plan inmediato de enriquecimiento de suelos con microorganismos que moran en las zonas de las raíces del banano y plátano, que les otorguen una fortaleza que impida la penetración del espeluznante invasor, en buena hora algunos cultivadores han emprendido con éxito esa labor. El Ministerio de Agricultura podrá ufanarse de contar con una red de diagnóstico molecular de primera, ojalá no falten los reactivos, para responder a la mínima conjetura, porque la situación es tan grave que cualquier marchitamiento de las hojas adultas hacia el centro debe ser sospecha de Fusarium hasta que se demuestre lo contrario. El tétrico escenario sería parecido al COVID-19, donde podrá existir infinidad de pruebas confirmatorias, pero en ausencia de vacunas la enfermedad se tornaría invencible. (O)