El pasado viernes, la Argentina le ganó por 1 a 0 al Uruguay, dentro de la tradicional rivalidad futbolística del río de La Plata, que tiene más de 100 años de historia.

Pero más allá del fútbol, cuando vi a las dos selecciones recordé que ambos países tienen una composición étnica muy similar. El acento uruguayo y el argentino son muy difíciles de diferenciar. En los dos países gustan del asado, y el ganado tanto argentino como uruguayo es muy preciado en el mundo entero. En ambas naciones se bebe mate y se come el asado con vino. Los apellidos italianos y españoles, especialmente gallegos, son los más usuales en esos dos países y la influencia de la cultura europea en ellos es evidente. El tango es tradición en Montevideo tanto como en Buenos Aires y muchos tangos famosos son uruguayos.

Claro está, la Argentina es un país inmenso, el Uruguay es pequeño. Aquella tiene nevados, lagos, incontables recursos naturales, petróleo, minerales. Posee montañas que le permiten en sus valles y laderas el tener producción de frutas, vinos y muchas cosas más. Y en las grandes planicies de la tierra baja, sus posibilidades agrícolas son casi infinitas. De hecho, fue la nación de Messi “el granero del mundo” en épocas de las dos grandes guerras. Hacia comienzos del siglo XX, la Argentina fue el primer país del mundo en declarar que se había desterrado el analfabetismo, y su ingreso per capita figuraba entre los seis más altos del mundo. Ha dado varios Premios Nobel y hasta el primer papa americano.

El pequeño Uruguay no cuenta con esa generosa naturaleza. Su territorio es menos de 1/15 del de su gigante vecino. Toda su tierra es plana. No tienen montañas ni minerales abundantes ni las posibilidades que brinda la generosa geografía argentina. Pero ese pequeño país tiene un PIB per capita hoy que es casi el doble que el del argentino. No vive el nivel de conflictividad que caracteriza a su vecino. Tiene estabilidad política, paz social, y una imagen de país que va hacia adelante y que no retrocede como lamentablemente lo hace la nación del papa Francisco.

Entre tantas similitudes, ¿cuál es la gran diferencia? Que nunca existió en el Uruguay un proyecto político populista del calibre del que instauró Juan Domingo Perón en la Argentina. Esa es la diferencia fundamental. No es la raza, no es el nivel de educación, no es la religión, no son las costumbres. Es el veneno del populismo lo que diferencia a los dos países y, hoy, esa pequeña nación oriental, paupérrima en recursos si se la compara con la Argentina, tiene un PIB per capita que dobla al de su millonario vecino.

Un proyecto similar al de Perón en perversidad y destrucción de la institucionalidad se apoderó del Ecuador hace menos de 20 años. El reto más importante del nuevo gobierno, el cual claramente está dirigido por alguien que no es populista, será hacer entender a esta nación, a este pueblo, que el camino a seguir es otro, y, ojalá que viendo el ejemplo del Uruguay y la Argentina, nuestro pueblo comprenda que el veneno del populismo es sencillamente devastador. Logró en 100 años bajar a la Argentina de un país de la élite mundial a un país del tercer mundo. (O)