¿Era posible mantener encapsulada y sigilosa una boda donde los protagonistas fueron una top model de dimensiones mundiales de la, para muchos, aspiracional marca Victoria’s Secret, y un empresario exitoso de las grandes ligas de la tecnología mundial, nacido en Ecuador y, de paso, hijo del flamante vicepresidente de un Gobierno que, apoyado en su plan de vacunación, mantiene altas cifras favorables de aceptación?

Si su respuesta es , usted es del grupo de los que creen que debía tratárselo como un acto privado, que lo era, solo importante para el entorno de los novios y sus invitados, entre las que se contaban algunos “angelitos” que trabajan luciendo las tendencias mundiales de ropa interior. Una fiesta privada realizada con fondos privados, como ha insistido el propio vicepresidente en la televisión.

Los que respondemos que no, miramos de diferentes ángulos. Yo lo miro desde el periodístico y digo que se trató de un hecho noticioso interesante, agendado, planificado, imposible de tapar con un dedo, como algunos necios tratan de hacer con el sol, y mal aprovechado en su real alcance de difusión de las bondades del país, tan necesario para impulsar el turismo. Convertir lo interesante en importante, lo que en este caso no se cumplió a cabalidad, porque la discusión se centró en si se debió o no esconder a los indigentes o lavar con fondos municipales el trayecto que usarían los novios para casarse en la iglesia de Cantuña.

Los mandatarios, aquí y allá, al asumir la más alta función pública, deben aceptar también que su vida se abrió como las páginas de un libro y que su familia estará expuesta al ojo público, las 24 horas del día, igual que ellos. Es, por tanto, desde mi punto de vista, inaceptable el argumento de que se trató de un acto privado.

Los novios, que por lo visto estuvieron en plenas condiciones de tomar sus propias decisiones sobre lo que quisieron hacer con Quito como romántico escenario histórico, olvidaron sumar a su equipo logístico del evento a algún especialista en relaciones públicas, que vea más allá de lo evidente, que tenga el olfato político que la ocasión ameritaba y les anticipe escenarios, en procura de evitar crisis de opinión como la que ha ocurrido básicamente en el Twitter, la más encapsulada pero, a la vez, más visceral de las redes sociales. Ponerle así el contrapeso que no tuvo en la organización, una wedding planner que pedía por carta al municipio que le retiren a los indigentes y que le limpien la plaza de los excrementos de las palomas, olvidándose ella sí, absolutamente, de que estaba casando al hijo del segundo mandatario, que los mendigos no son objetos que se quitan y ponen, y que los chorros de agua que ella quería para la plaza debieron ser parte de esos fondos privados de la fiesta privada. Me parece, sin embargo, loable que el joven novio y la modelo hayan escogido Quito para su boda. Y si en sus afanes estaba poner a la ciudad en el ojo público mundial, desde el primer momento su boda debió ser de conocimiento público, con anuncios públicos de ciertos detalles y sin dejar espacio a la especulación. Garantizando así el legado turístico de su acto de amor. (O)