¿Necesitamos una Asamblea Nacional? ¡Por supuesto que sí! Desde el ideal, ella encarna la legítima representación de las aspiraciones del pueblo y es la encargada de promulgar leyes que aseguren la vigencia de nuestra democracia y que promuevan el desarrollo y el bienestar de todos los ciudadanos, en un clima de paz y de justicia; además, nombra y fiscaliza a los organismos del Estado y mantiene el equilibrio con los otros dos poderes, el Ejecutivo y el Judicial. Pero en nuestra realidad ecuatoriana del “como si”, la Asamblea es ese fardo inevitable y costoso que mantenemos entre todos los ciudadanos para hacernos creer que estamos a salvo de una dictadura, que de vez en cuando aprueba leyes que, pasando una, beneficiarán a una parte de los ciudadanos a costa de la otra, que rara vez fiscaliza, y que según su composición se someterá a algún tiranuelo chillón o saboteará a cualquier presidente que quiera mejorar este país.

¿Necesitamos a todos los asambleístas que tenemos? ¡Por supuesto que no! Esta Asamblea Nacional ha batido el récord de precocidad, superando a las anteriores, en la demostración de su naturaleza viscosa y composición “fanesquiforme”: moralidades ambiguas, inteligencias disímiles, ideologías indefinidas y ambiciones ilimitadas. Probablemente, algunos de sus integrantes no aprobarían el examen Ser Bachiller: no pueden escribir un sencillo mensaje de texto en el teléfono celular sin incurrir en faltas de ortografía. Si nosotros los elegimos, ¿qué dice ello de los ecuatorianos? En suma, la Asamblea actual condensa todos los vicios y errores de nuestra política pasada y presente. Sin embargo, en honor a la verdad, debemos agradecer a estos asambleístas por dos logros que nos devuelven la fe en la “democracia”. En primer lugar, ellos nos han demostrado que en este país cualquier hijo de… vecina puede llegar a ser asambleísta. En segundo lugar, han logrado unir a todo el Ecuador… en contra de ellos. A tal señores, tal honores.

¿Hasta cuándo los vamos a soportar? Yo ya no los soporto. Empezando por su cabeza, que en lugar de conducir el debate generador de alternativas para los grandes problemas nacionales, nos plantea la onerosa pregunta por el sobreprecio de las empanadas de morocho. El que esa señora haya despedido a 21 asesores y colaboradores como efecto de aquella pregunta sugiere que nuestros asambleístas mantienen a demasiados asesores y colaboradores. Mejor dicho, nos obligan a los ciudadanos a mantener demasiados asesores y colaboradores, además de mantenerlos a ellos. Y terminando por sus pies gangrenosos, que escriben mensajes sugestivos de analfabetismo funcional, que predican el evangelio del bien robar y que acumulan un “glosario” pendiente. Necesitamos, de modo urgente e imperativo, una ley que produzca la construcción de verdaderos partidos políticos en lugar de estas pandillas, y que ponga la vara alta en los requerimientos morales, intelectuales y cívicos para los candidatos a la Asamblea Nacional. Ello no impide que, por el momento, exijamos la salida de aquellos que han mostrado incapacidad moral, incompetencia laboral e inhabilidad para ejercer su función. (O)