De buenas intenciones está empedrado el infierno y el médico compasivo hace de la llaga una gangrena.

Llevo algún tiempo pensando en algo que Giovanni Sartori explica en el apéndice de uno de sus últimos ensayos. Sartori, retomando una idea de Max Weber, distingue entre “ética de la intención” y “ética de los resultados”. La ética de la intención es aquella que juzga una acción por los motivos que la inspiran. Si una persona actúa movida por la compasión o por la virtud, entonces sus acciones son necesariamente buenas. En cambio, la ética de los resultados es la que juzga las acciones por sus consecuencias. En la ética de los resultados lo importante no es lo que el individuo buscaba o quería, sino los efectos que, de hecho, se produjeron.

La diferencia entre ética de la intención y ética de los resultados es especialmente relevante en el ámbito público. En la moral individual, la ética de la intención puede tener un lugar legítimo. Si una persona toma una decisión individual que solo la afecta a ella, es ella misma quien asume sus consecuencias. Pero en el ámbito público no ocurre lo mismo. Aquí las decisiones que una persona toma afectan a otras personas. Entonces no basta con tener nobles motivos, sino que hay que responder por los efectos que se producen. En la vida pública no solo que la ética de las intenciones no es suficiente, sino que, incluso, llega a ser inmoral, porque supone actuar sin considerar las consecuencias.

En el Ecuador contemporáneo hemos llenado la esfera pública de lo que Sartori llama “almas bellas”. Se trata de personas altamente sensibles que se conmueven por los problemas sociales como la pobreza o la contaminación ambiental, pero que no se toman la molestia de preocuparse por los medios ni por los costos reales de las soluciones. Se trata de personas que actúan públicamente con base únicamente en la ética de la intención.

Estas almas bellas fueron las que nos regalaron el neoconstitucionalismo. La tendencia a promulgar derechos a diestra y siniestra, sin considerar la capacidad real que nuestro Estado, pobre y endeudado, tiene para garantizarlos. Estas almas bellas fueron las que crearon una corte constitucional omnipotente, con jueces filósofos que distribuyen derechos a mansalva, sin saber cuánto cuesta producir un tomate. Estas almas bellas son las que prohibieron la explotación del ITT, dejando al Estado sin recursos para atender las necesidades de la población. Estas mismas almas bellas son las que quieren prohibir la minería legal, dejando a las organizaciones criminales el terreno aplanado para la explotación minera ilegal. Esas almas bellas son las que hablan de soberanía y de tortugas para impedir la colaboración internacional en la lucha contra los carteles de la droga.

La sensibilidad trastorna la razón. Se puede hacer el mal queriendo hacer el bien. Para medir a un gobierno o para determinar la conveniencia de una política pública, no es la ética de las intenciones lo que debe guiarnos. En el espacio público, las almas bellas son, también, las almas malas. (O)