“Nos hacemos lectores porque alguien nos lee”, dice la escritora colombiana Yolanda Reyes, en una de sus intervenciones sobre la importancia de la lectura en la primera infancia. Basta pensar en las experiencias cercanas que hemos tenido con los libros y recordar cómo nos convertimos en lectores. Siempre dependemos del otro para acceder a la lectura. Necesitamos de acompañamientos, en ocasiones simbólicos, para entender el mundo. Son variadas las expresiones que arropan nuestra temprana existencia: los cantos, los poemas rimados y los sonidos de las voces de los primeros cuidadores. Este prematuro contacto con el signo literario es el abrigo que cubre nuestra vida de palabras. De esta manera, la frase de Reyes señala también las ausencias. No todos cuentan con la oportunidad de convertirse en lectores.

Que una comunidad se acerque a los libros demanda una serie de acciones. Disponer del medio propicio para convertirse en temprano lector va de la mano con las condiciones socioeconómicas que nos rodean y, en un país tan desigual como el nuestro, acceder a espacios de lectura es un privilegio. La primera infancia incluye la población de cero a seis años y, en Ecuador, parte de este grupo etario sufre de desnutrición crónica, según el informe de Unicef del pasado 11 de mayo. El país se encuentra en segundo puesto, luego de Guatemala, en materia de salud infantil y tres de cada diez niños menores de dos años sufren de este padecimiento. Entonces, cómo anhelar que se enfoquen esfuerzos en la creación de políticas culturales cuando la realidad social exige otras urgencias.

Sin embargo, la atención integral a los sectores desfavorecidos debe fijar metas transformadoras y de urgente desarrollo. Salir al paso con prácticas afectivas en torno a la palabra. Michèlle Petit, antropóloga francesa, ha investigado por años los efectos de la lectura en las personas. Para ella, “la lectura parece fundarse en una necesidad existencial, una exigencia vital”. La vida cotidiana se sostiene, se revitaliza y encuentra sentido en el consumo de representaciones. En este sentido, la lectura también es un alimento vital en la creación de subjetividades y de cohesión comunitaria.

Múltiples son los beneficios de la lectura y quienes son conscientes de ello construyen programas para su fortalecimiento. En nuestro medio, hay prácticas particulares que deben reconocerse. Rosa Pogo, a través de Liberlectura, impulsa acciones de promoción a la lectura en niños y padres. Su propuesta consiste en aproximar a los más pequeños a textos literarios, procurar el libre acceso a bibliotecas y practicar la escucha activa. En esta misma línea, Ángela Arboleda rescata la memoria oral en la narración de sus historias y en la creación de jornadas para su difusión. La reciente Feria Internacional del Libro de Guayaquil fue el escenario que puso al alcance de todos dichas iniciativas. En su séptima edición constató la notable acogida y demanda de experiencias en torno a la palabra. La masiva concurrencia es un indicador de la necesidad colectiva de contar con vías de acercamiento a la lectura y de encontrar estímulos favorables para su desarrollo. (O)