¡Y fue en 24 de mayo, también! Porque en el 24 de mayo de 1822 se liberaron los criollos, mestizos; los blancos y medio blancos, pero no el pueblo aborigen. El Estado llano exclamó, en ese entonces: “Último día de despotismo y primero de lo mismo”. Lo que vimos en la ceremonia de transmisión del mando tiene un valor histórico, práctico y simbólico. Práctico, porque una representante indígena, por primera vez, presidía la Asamblea Nacional y tomaba el juramento de aceptación del cargo al nuevo presidente de la República; simbólico, porque luego de quinientos años de opresión recuperaban poder los señores de la tierra; fue de un gran simbolismo que Lasso saliera de la ceremonia apoyado en el brazo que le ofreciera Llori. Se necesitan el uno al otro: el equilibrio de poderes, no la anulación del uno por el otro, no la confrontación. Eso demanda el Ecuador.

De las tantas cosas dignas de ser comentadas, entresaquemos dos o tres. Habrá el nuevo Gobierno notado que solamente concurrió un presidente suramericano, el del Brasil; los otros tres que se excusaron a última hora son de Uruguay, Chile y Colombia; los dos últimos por los graves problemas sociales que viven sus pueblos que se rebelan contra el modelo neoliberal de sus gobernantes. El nuevo Gobierno ecuatoriano deberá observar lo que ocurre en esos países para evitar medidas que puedan levantar protestas, manifestaciones, que se tornen incontrolables. De los presidentes que aceptaron la invitación inicialmente, los cuatro son de derecha; no hubo uno solo al menos de centro, mucho menos de izquierda. Es de temer que el Ecuador quede aislado: en Chile, para la Constituyente, la derecha no ha alcanzado el 30%, que le hubiese otorgado, al menos, el derecho al veto. En Colombia, la convulsión social no amaina, el señor Duque no encuentra solución y sería derrotado si se presentara a la reelección. Hace falta una política internacional de miras amplias. El proclamar la doctrina Roldós de respeto a los derechos humanos, como hemos sostenido, ayudará mucho para casos como el de Venezuela. Veo con satisfacción que la ha proclamado el nuevo canciller. El presidente no se refirió en su discurso directamente a esta doctrina, pero ponderó el pensamiento de Roldós, lo que es saludable.

El presidente expresó en su mensaje, “más allá del ejercicio como presidente”, sus deseos como demócrata, con los que abrió el camino a la necesaria reforma del Estado, expresando, eso sí, “hasta que el pueblo decida lo contrario, respetaré la institucionalidad actual”. Y sentenció: “Nunca más concentración de funciones en un organismo dependiente de la voluntad de una sola persona. Nunca más estatización de la participación ciudadana. Nunca más una deficiente organización en la lucha contra la corrupción”. Todos esos defectos, abusos, están compendiados en la Constitución de Montecristi; incluido, pero no limitado, en el Consejo de Participación Ciudadana. Reformas tan profundas como esas solamente se alcanzarían mediante una consulta popular. Con la propuesta del doctor Simón Espinosa se derogaría la Constitución de Montecristi y quedaría en vigencia la de 1998, actualizada con los avances en derechos humanos, laborales, etcétera. (O)