La mayor preocupación nacional de la semana pasada no fue la masacre protagonizada por los presos de la cárcel de Santo Domingo de los Tsáchilas, ni los problemas económicos familiares, ni la inseguridad. Esos y otros temas, que en las encuestas aparecían como las principales angustias de la gente, pasaron a segundo plano ante la posibilidad de que la selección nacional quede fuera del Mundial de fútbol. El asunto se volvió viral en las redes, invadió las primeras planas de los diarios y alimentó el morbo de los noticiarios de televisión.

... tenemos vía libre para preguntar si es más importante ir a Qatar o aclarar el supuesto delito.

Nadie ignora que el fútbol es el deporte que entusiasma a multitudes y que, por esa misma razón, induce a comportamientos colectivos que son el deleite de psicólogos y sociólogos. Unos y otros han estudiado las identidades que se crean en torno a los clubes y sobre todo alrededor de las selecciones de los países. “Ganamos”, “nos robaron el partido”, “vamos al Mundial”: el plural de primera persona convierte a quien lo pronuncia en parte integrante del equipo y a este en la expresión más acabada de la colectividad (que va desde el club de barrio hasta el país). Nadie se da el trabajo de decir que la selección ecuatoriana clasificó al Mundial, sino que fue Ecuador el que lo hizo. El país –este o cualquier otro– hipoteca su identidad y su orgullo en los pies de once jugadores que tienen la virtud de traspasar ideologías y creencias. Es memorable la escena de la comedia Fe de etarras, en que el ultranacionalista vasco, militante de ETA, enemigo acérrimo del Estado español, salta de alegría por el gol que le daba el campeonato precisamente a la selección española.

Lo que generó la inquietud de estos días fue un episodio que se transformó en lucha de identidades nacionales. Los dirigentes del fútbol chileno (que no equivale a Chile) denunciaron que un jugador de la selección ecuatoriana (que no equivale a Ecuador) había nacido en Colombia y había alterado sus documentos para aparecer como ecuatoriano. Por tanto debía revisarse la participación de la selección ecuatoriana en el Mundial de Qatar. “Nos quieren robar lo que ganamos en la cancha” fue el clamor, usando siempre la primera persona del plural. Una catástrofe nacional estaba a las puertas, amenazaba con asestarnos un golpe más duro que los que nos dan a diario los asambleístas.

Pero, quienes no tenemos ningún interés en el juego y no nos importa quién gane o quién pierda, quién vaya o no vaya al Mundial, tenemos vía libre para aguar la fiesta al preguntar si es más importante ir a Qatar o aclarar el supuesto delito. No sería el primer caso, tanto en el deporte como en otros campos. Recordemos que una ministra de Relaciones Exteriores certificó que un señor que nunca había pisado el Ecuador y que vivía ya varios años en la embajada en Londres tenía domicilio en Chaupicruz. Graciosamente le concedió la nacionalidad, con número de cédula incluido. Hay que recordar que, en este país, al que tanto queremos y loamos cuando suponemos que es él el que entra a la cancha, las leyes son de plastilina. Podría ser que nos coloquen ante el dilema de acatar las normas o ir como sea a Qatar. (O)