Las transiciones entre gobiernos son normales y obligatorias, pero para mí como para muchos fue una sorpresa como ciudadano espectar esta última por la estrenada muerte cruzada y la posesión de un mandatario milenial, quien estará en el puesto por 18 meses, tan corto periodo como su discurso de investidura, lo que sería una virtud si sus acciones dijeran más. Lo que no me sorprendió fueron las maliciosas y perversas condiciones políticas tradicionales que rodearon al acontecimiento. Se repiten las desavenencias evidentes entre el presidente y su binomio, ahora y desde antes de su posesión, proyectando una imagen negativa al interior y exterior del país, teniendo como desenlace, “premiar” a la vicepresidenta, enviándola a Israel a fin de que interceda por la paz y no le declare a él la guerra.
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En fin, el nuevo gobernante tiene la difícil tarea de conciliar a la nación, completar las obras de la administración anterior y ejecutar contra reloj su nutrida oferta de campaña en seguridad, educación, salud y empleo, urgencias sociales y desbalance económico. Está a la vista un país en conflagración consigo mismo y la presencia innegable de organizaciones narcodelictivas y lavando dinero, seduciendo a jóvenes, incluso niños, para enrolarlos como gatilleros o carne de cañón: es el precio de la supervivencia.
El noble mandatario nos inspira la confianza del administrador, empresario preparado, sin malicia que esperamos basará sus decisiones en su buen juicio, conocimiento, buena fe y apertura a la sabiduría (no sapada) y experiencia de los mejores asesores de los que se habrá rodeado, para responder a las expectativas y exigencias de los mandantes. Esperamos que guarde en su ADN el bagaje de valores que le permitan ser el modelo y referente para niños y jóvenes que se educan, de quienes es su abanderado, para construir el Ecuador que merecemos: soberano, justo, pacífico, libre y democrático.
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“Si así lo hacéis, que la Patria os premie; caso contrario, ella os demande”. (O)
Joffre E. Pástor Carrillo, educador, Guayaquil