El viento con olor a lluvia era el inicio del invierno, la caída de agua en los techos era un ruido de aviso que se acercaba un fuerte aguacero, se oían truenos y relámpagos, había movimiento en las casas tapando los espejos para evitar la caída de rayos.

Asomarme a mi ventana y ver grandes chorros de agua que caían de los techos y canalones de las casas, nos invitaba a todos a participar en un delicioso baño con lluvia. Cuando el río se desbordaba, corría el agua en zanjas hechas con precaución por las autoridades y los ciudadanos, con finalidad de que no se inunden los pueblos; había la convicción de que entre más fuerte era el invierno, más beneficio traía para todos. El agua, que es una bendición de Dios, regaba los campos y después del invierno la producción de vegetales, frutas, cereales, era abundante, y los campesinos vendían sus productos y nunca faltaba el alimento; los pastos para el ganado se pintaban de verde y había para el resto del año. Los ríos se salían de sus cauces normales y la tierra quedaba lista para sembrar. Ahora desde otra ventana, hablar de invierno genera preocupación dado que existen deslaves, inundaciones catastróficas; hay que realizar desalojos de personas, se pierden vidas, no hay prevención. Todo es causa de la gran contaminación del medio ambiente. Los asentamientos de casas en laderas, cerros, son peligrosos; la tala de árboles, la basura en las calles, las fábricas que emanan gases, etc., llevan al desequilibrio de la naturaleza. Esperamos el fenómeno de El Niño, tomemos acertada responsabilidad en nuestro actuar, la Tierra sucumbirá, es la hora de cuidarla. (O)

Alicia Carriel Salazar, profesora, Guayaquil