La puntualidad no es una simple referencia al reloj ni un acto mecánico de llegar a una hora determinada. Es, en esencia, una declaración de principios. Quien llega cinco minutos antes demuestra respeto; quien arriba justo a la hora ya llegó tarde; y quien se retrasa envía un mensaje aún más profundo: su tiempo vale más que el de los demás.
En una sociedad cada vez más acelerada y competitiva, cumplir con el tiempo acordado no es solo una formalidad, es una virtud que refleja carácter, disciplina y compromiso. Las excusas, aunque frecuentes, rara vez son sinceras. El tráfico, el despertador o el imprevisto se invocan como escudos cotidianos, pero detrás de ellos suele esconderse una verdad incómoda: la falta de prioridad.
Todo aquel que se retrasa constantemente no calculó, no previó o no se preparó. Y mientras tanto, quienes esperan reciben un mensaje silencioso, pero contundente: “mi tiempo es más valioso que el tuyo”. Esa actitud, reiterada, erosiona la confianza y la credibilidad. Porque la puntualidad, más que un hábito, es una muestra de respeto elemental.
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En el mundo laboral y en los negocios, la puntualidad es la primera carta de presentación. Antes de hablar, antes incluso de demostrar habilidades, ya se ha transmitido un mensaje claro con el simple hecho de llegar a tiempo. Quien cumple demuestra seriedad, confiabilidad y compromiso. Por el contrario, quien llega tarde minará de inmediato la percepción que los demás tienen de su responsabilidad. Una disculpa amable puede aliviar el momento, pero no borra la impresión inicial.
La puntualidad también puede ser considerada una disciplina. Es levantarse aun cuando el cuerpo nos pide cinco minutos más de sueño, salir con anticipación cuando la comodidad invita a retrasarse, y organizar la agenda con criterio. La puntualidad no es un talento innato, sino una práctica consciente que construye respeto propio y ajeno. Y, sobre todo, una herramienta que ordena la vida.
Quien sistemáticamente llega tarde, tarde o temprano también pierde oportunidades. Porque quien llega tarde a todo, termina llegando tarde a su propia vida.
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Recordemos que el tiempo no se recupera y la confianza tampoco. La puntualidad no exige perfección, exige respeto. Y ese respeto comienza por uno mismo. (O)
Elio Roberto Ortega Icaza, mediador y abogado criminalista, Coca


















