En estos tiempos donde la productividad se mide por horas despiertas y no por calidad de descanso, hemos olvidado algo esencial: el cerebro también necesita su momento de limpieza.

Diversos estudios neurocientíficos señalan que existe una “hora máxima” para ir a dormir –alrededor de las 11 de la noche– en la que el cerebro inicia un proceso de depuración natural.

Durante el sueño profundo las conexiones neuronales que ya cumplieron su función se debilitan y la mente desecha información innecesaria, liberando espacio para lo nuevo.

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Cuando forzamos al cuerpo a mantenerse activo más allá de ese umbral interrumpimos ese proceso de desintoxicación.

Es como si dejáramos la computadora encendida sin vaciar nunca la papelera: los archivos temporales se acumulan, el sistema se ralentiza y con el tiempo comienza a colapsar.

De igual modo, una mente saturada de estímulos –notificaciones, tareas, preocupaciones– sin descanso suficiente empieza a procesar más lento, pierde enfoque y se vuelve irritable.

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Dormir a tiempo no es un lujo ni una moda wellness, es una necesidad biológica.

Cada noche al acostarnos antes de que el reloj nos gane le damos al cerebro la oportunidad de borrar, reorganizar y archivar.

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Como usuarios responsables de nuestra propia “máquina interna” deberíamos recordar que descansar no es apagar el sistema, es permitirle reiniciarse. Porque, al final, el mejor rendimiento no viene de estar siempre activos, sino de saber cuándo detenernos para empezar de nuevo con claridad. (O)

Paula Pettinelli Gallardo, Guayaquil