Cuando en cualquier discusión o análisis se hace presente la alharaca, es signo de degradación.
Alharaca es, según el diccionario: “Extraordinaria demostración o expresión con que por ligero motivo se manifiesta la vehemencia de algún afecto, como de ira, queja, admiración, alegría, etcétera”. En Esmeraldas lo calificamos como una reacción estrepitosa ante cualquier acontecimiento, o, un apoyo extremo a causas, sin razonarlas o sin entenderlas.
La importancia del voto en 2025
Es claro que es una herramienta que busca enfatizar una demostración de afinidad, especialmente cuando se actúa en política. Acá, la usamos con exageración y bullicio, cual si el tono de voz otorgará razón. Pero, en política o en la vida cotidiana, cuando se tiene razón, nadie requiere de procedimientos alharaquientos.
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Lo que presenciamos en la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional es una exhibición impúdica de quienes creen que la voz alta, la agitación de manos, el palmoteo de mesas es un fortalecimiento de posesión de la razón. Desde luego que ese comportamiento desdice de su posición política y de su dignidad como personas. Lo vemos más como un afán de hacer descender a toda la legislatura al campo de la grosería e ignorancia, a la imposición por el grito, pensando que llevando a todos a ese nivel van a ganar, pues allí son especialistas.
No cualquiera debe ser candidato
La Asamblea debe ser un sitio de debate de ideas, con razonamientos claros, altura, cultura y dignidad personal. Quienes fueron llevados al Parlamento, no por sus características académicas ni culturales, sino por sus fidelidades a dioses domésticos o personales, están degradando la dignidad del Parlamento.
Los espectáculos bochornosos como el sucedido no son dignos de un parlamentario, pero es aquí donde se evalúa la calidad de quienes los seleccionan como candidatos: o están al mismo nivel o quizás más bajo. (O)
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José Manuel Jalil Haas, ingeniero químico, Quito