Durante las últimas décadas, Ecuador ha navegado entre turbulencias políticas, reformas inacabadas, momentos de esperanza y decepciones recurrentes. En ese vaivén institucional, una pregunta se vuelve urgente: ¿seguiremos gobernando con la mirada puesta en las próximas elecciones o apostaremos finalmente por un proyecto de país con visión a largo plazo?

El caso del expresidente Jamil Mahuad ofrece una lección tan dolorosa como reveladora. Su gobierno (1998–2000) enfrentó una de las peores crisis económicas de nuestra historia. En medio del colapso del sistema financiero, la devaluación galopante del sucre y la desconfianza total en las instituciones, se aplicaron medidas drásticas y, en muchos casos, traumáticas: congelamiento de depósitos, rescate a bancos, despidos en el sector público.

Volver a conmovernos: antídoto contra la deshumanización

Pero entre el caos emergió una decisión que, para bien, se convirtió en una política de Estado: la dolarización. Nacida de la desesperación, esta medida cruzó gobiernos, estabilizó la inflación y sigue vigente hasta hoy, más allá del juicio histórico que aún la rodea.

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Este hecho revela una diferencia crucial que todavía cuesta asumir en la cultura política ecuatoriana: no todas las políticas públicas son iguales. Un reciente estudio académico lo explica claramente: mientras las políticas de gobierno responden a intereses partidistas y plazos cortos, las políticas de Estado nacen de un consenso social, trascienden el poder temporal y se construyen para durar.

Almas rotas: reflexión del Ecuador actual

Y, aunque parezca contradictorio en un país tan convulso, Ecuador ha logrado sostener algunas de esas políticas estructurales: la universalización de la educación, el sistema público de salud, la Constitución de 2008 como carta de derechos, el acuerdo de paz con Perú, o la creación de instituciones como la Senescyt y el CPCCS.

Pero la amenaza del cortoplacismo persiste. Muchas políticas han sido debilitadas, la gratuidad universitaria, la cobertura de salud, el desarrollo territorial, en nombre de la “eficiencia” o el “ajuste”, sin una evaluación técnica o social que lo justifique.

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El géminis de justicia social y libertad

Hoy, cuando el país enfrenta desafíos estructurales en seguridad, pobreza, empleo, cambio climático y equidad, necesitamos más que buenas intenciones. Necesitamos pactos de país. Políticas que no dependan del color político de turno, sino de acuerdos nacionales sobre lo esencial: salud, educación, justicia, desarrollo sostenible.

Construir políticas de Estado no es eliminar la política. Es hacerla más seria, más responsable, más estratégica. Gobernar no es solo administrar el presente; es garantizar que Ecuador pueda caminar con rumbo propio incluso cuando cambie el conductor.

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El futuro no se improvisa, se diseña, se protege. (O)

Jorge Ortiz Merchán, máster en Economía y Políticas Públicas, Durán