La amabilidad es un valor que se aprende en el hogar y en la escuela como las demás virtudes; es indispensable en la convivencia humana.

Actuar con amabilidad comprende ser respetuoso, honesto, seguro, cortés, caballero, afectuoso, amigable, solidario, culto, educado, sencillo, humilde. No es una cualidad solamente de los líderes, constituye un imperativo en nuestras relaciones familiares y sociales. A nivel empresarial, directivos deben estar comprometidos a capacitar a sus colaboradores en este principio, para un buen desempeño con los clientes que son el motivo del sostenimiento de todo negocio. En el sector público urge la aplicación de este valor, es responsabilidad de los gobernantes realizar una prolija selección del personal de las instituciones estatales, en consideración de las denuncias de los usuarios por el trato despótico e injusto por ciertos empleados. Se han ido perdiendo normas como saludar, agradecer, disculparse, sonreír. Ya no se observa trato gentil de abrir la puerta del auto a la esposa, los ancianos, niños, discapacitados, ver que alguien lleva del brazo al cieguito cuando tiene que cruzar la calle, socorrer al inválido, escuchar con atención, ceder el asiento a las damas y personas mayores, ofrecer el puesto en la fila a las personas de la tercera edad y discapacitados. Bien nos sirve el ejemplo de Japón por su cultura, disciplina; cuando se trata de un choque o rozamiento de vehículos, lo primero que hacen los conductores es bajar de los carros, pedir disculpas, ofrecer el seguro que tienen y su contingente y solidaridad. Debemos tener como desafío ser mejores personas para nuestro bienestar y del país. (O)

José Franco Castillo Celi, psicólogo y médico naturista, Guayaquil