Para el común de los mortales sería nefasto ir a la cárcel. No así para los delincuentes, pues es conocido que en su interior se desarrollan actividades sorprendentes. Como en un mercado libre, ingresan cada día a través de sus muros armas de fuego, metralletas, cuchillos, machetes, granadas, tabletas y celulares.

Miembros de distintas bandas criminales se matan entre ellos para lograr el control de la venta de droga en territorio nacional, juegan ‘fútbol’ con las cabezas decapitadas de sus víctimas e incineran las extremidades cercenadas a sus enemigos. Alcohol y drogas ingresan para alterar las neuronas de muchos privados de libertad y convertirlos en fieras cargadas de incontrolable sevicia. Desde el interior de las cárceles salen voces de mando que ordenan a sus mercenarios asesinar a personas escogidas por las enfermizas mentes de psicópatas maldicientes. Algunos de ellos aseguran que manejan la justicia a su antojo ofreciendo abultadas sumas de dinero a quienes deben administrarla. Es imprescindible inaugurar la justicia en cuyo trono se halla cómodamente apoltronada la injusticia. Se guarda la esperanza del cumplimiento del versículo de Mateo 5:6 que dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. (O)

Gustavo Vela Ycaza, médico, Quito