Sentí una impresión grande al visitar la capilla de Asís (en la región italiana de Umbría), situada en la cima de una pequeña montaña. En el centro de un edificio como protegiéndola, está la capilla pequeña donde san Francisco de Asís desplegaba sus plegarias; es como acceder al interior de uno mismo, es algo místico, volver a nuestros orígenes y fundirse con el mismo Dios, infinito, eterno, divino.

Herman Melville, poeta y novelista estadounidense, escribió un poema que dice, “al igual que este tormentoso océano que rodea la tierra verde, en el alma del hombre reside un Tahití aislado, lleno de paz y júbilo, pero rodeado de todos los horrores de una vida a medio vivir”. Las personas jamás vivimos plenamente la vida como debería ser, siempre jugamos más con lo malo que lo bueno, nos dejamos dominar por el ego, lo material, lo superfluo, lo que sabemos que más temprano que tarde se termina. Ya nadie ora, lucha, se esfuerza; quieren que todo les venga fácil, rápido, sin esfuerzo, si es a costilla de otro, mejor que el bono, la caridad, gratuidad, y se convierten en mediocres sin dignidad.

Lo más bello es el silencio, la observación de la naturaleza, el florecer de las rosas, el cantar y volar de los pájaros, el aroma de las plantas, el despertar del azul plateado de la madrugada. Los grandes músicos, genios, dicen que la belleza de la música se hace entre el silencio de nota y nota, la imperceptible pauta permite que la onda se flexibilice y se pueda introducir en lo inverosímil de nuestra alma y que escribas un poema, verso. Hay que escuchar mejor al corazón que a la mente asediada de horrores y estupideces; a veces creemos que es mejor vivir en nuestro mundo interior, ese de nuestros orígenes cuando la inocencia, pureza e ingenuidad eran nuestras mejores aliadas; no hemos explorado, pero creo que en el silencio radica el verdadero paraíso. (O)

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Hugo Alexander Cajas Salvatierra, cirujano, Milagro, Guayas