Según la Enciclopedia de la política, de Rodrigo Borja, la palabra pueblo se refiere a “la sociedad en su conjunto, y no a una clase social o a otra, ni siquiera a la más numerosa”.

La partida terrenal del estadista a carta cabal evidenció, sin duda alguna, esa cohesión unitaria y comunitaria del pueblo; mensajes de condolencia, recordaciones vívidas, estima, respeto y afectos, pero sobre todo admiración. Estas expresiones, enunciadas desde todas las aristas de la sociedad ecuatoriana pusieron sobre la mesa su actitud y forma de hacer política: un profundo respeto irrestricto al pluralismo ideológico y a la diversidad de pensamiento. Solo así se puede explicar cómo personajes de la política ecuatoriana, presentadores, periodistas, académicos, deportistas, autoridades electas y exautoridades de extremos opuestos entre sí extendieron su reconocimiento a la trayectoria de un gran ejemplo de político.

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Con tan solo revisar las redes sociales, desde el día jueves las palabras Rodrigo Borja e Izquierda Democrática fueron tendencia gracias a las interacciones y comentarios que rendían homenaje, en algunos casos al líder y en otros al compañero, al amigo, al coideario e incluso, en ocasiones, al detractor. Lo que resulta aún más sorprendente, y que destaco de aquellos comentarios, es la ética del poder de quien, cuando lo ejerció, diferenció con claridad entre democracia y populismo. ¡Ahora le toca al pueblo! Así lo expone con firmeza en su Socialismo democrático, para entender que nos toca a todos, juntos en comunidad y en unidad. Como mayor tributo, continuar su legado.

Finalmente, para entender el calibre de ser humano, no recurro a su obra Recovecos de la historia, sino que parafraseo lo visto en miles de interacciones que dan fe de que Borja existirá: en el anhelo insaciable de igualdad y justicia social, en su honestidad ejemplar, en la prédica constante de la idea de libertad y progreso, en la unidad latinoamericana, en la internacionalización del Ecuador y en la soberanía petrolera y productiva.

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Borja existirá en el sabor coloquial de las ferias y mercados; en lo cotidiano de leer y escribir gracias a la campaña Monseñor Leonidas Proaño; en los centros de salud, el flúor en la sal, los hospitales y los planes de vivienda. En la paz provista con la entrega pacífica de armas y lo que pudo ser el camino para evitar el Cenepa; en el recordatorio sempiterno de lo que es sentir la democracia para aquellos pueblos históricamente excluidos, que finalmente fueron escuchados y reivindicados con tierras y reconocimiento intercultural.

No queda duda de que fue el hombre que inició un ideario forjado con barro ecuatoriano. (O)

Elvis Alberto Herrera Cadena, Quito