Chateando con excompañeros de un colegio católico —que es mucho decir, frente a la relativización de los valores— me topé con el comentario de que a nadie le debe afectar uno que otro video erótico. La respuesta fue que no se trataba de cómo reaccionaba cada uno de los adultos que conformábamos ese chat, frente a la silueta de una chica lamentablemente utilizada en detrimento de la dignidad de las mujeres, quienes largamente nos superan con su insondable inteligencia (A. Flores de Fierro).
Me pregunto si ese compañero, en presencia de sus nietecitas, se atrevería en su casa con los mismos compañeros a actuar con la misma “naturalidad”, so pena de perder el respeto de su familia, o de condenar al trato y a la procacidad visual y verbal a los suyos. Hay que ser auténticos en persona y en el anonimato de las redes sociales, aunque la gente cuide con una clave que otros no penetren en su “adulto” —y procaz— mundo. Construyamos con positividad una comunicación afectiva y efectiva. (O)
Diego Valdivieso Anda, economista, Quito