El trabajo en el sector público tiene un solo objetivo: el servicio. Así se configura el servicio público, que no es lo mismo que el servirse de lo público.

Cuando se pensaba que este Gobierno no podría ser más miserable e indolente (que ha mandado más trabajadores al desempleo por razones fondomonetaristas complacientes que la mismísima pandemia), sale Juan Carlos Zevallos a disponer a su discreción del acceso a la vacuna en contra del coronavirus.

Cuando los ecuatorianos, despistados como andamos en tiempos de elecciones, veíamos la luz al final del túnel con la llegada de las vacunas (sin recapacitar en la urgencia de que el plan de vacunación sea masivo y rápido, y por lo tanto las ocho mil dosis son insuficientes), el ministro de Salud decide desviar un lote para beneficiar a familiares.

Cuando todos (excepto Polibio Córdova) pensaban que peor no les podía ir a Moreno, morenistas y sus acólitos de la banca, las universidades exclusivas y las candidaturas de la derecha dura, se destapa la indolente decisión de vacunar primero a la familia, porque para qué pensar en el servicio público si podemos servirnos de lo público.

El propio Moreno, que va con una amplia comitiva a Estados Unidos para anunciar desde allá que va a hacer la mitad de lo que el candidato de sus pesadillas ofrece en campaña, se sirve de lo público apurando un último viajecito a bordo del avión que juró vendería hace cuatro años, y viaja sin una agenda convincente para su viaje familiar. Más o menos como cuando la exministra del Interior María Paula Romo hizo su viajecito en Aeropolicial para irse con su novio a un exclusivo club, apurados por la inminencia del feriado y sobre todo porque “no son Correa”.

Un Gobierno que anuncia festivamente la construcción del Tren Playero como su más potente obra turística para el Litoral ecuatoriano, pero solo termina chatarrizando una parte de la historia ecuatoriana escrita con sangre y lágrimas: la Empresa Nacional de Ferrocarriles del Estado.

Un Gobierno que no supo manejar una pandemia, que absortos dejaba a los países de toda la región al mirar en las cadenas internacionales de noticias cómo guayaquileños caían fulminados mientras otros velaban a sus deudos en la vereda, y cómo extraviaban cadáveres como si fueran cualquier cosa. Un gobernante que no se inmutó cuando le contaron que, desde las entrañas de su administración y en plena pandemia, repartieron los hospitales públicos entre los asambleístas que lo único de valor que poseen en su fugaz paso por el servicio público es el voto legislativo.

Un gobierno y un gobernante que recortan presupuestos de escuelas, colegios y universidades públicas; al que no le importa si los hospitales públicos tienen las vacunas para inmunizar a los niños de la patria; que mira para otro lado ante el grito de posgradistas impagos mientras cancela anticipadamente deuda externa.

La plancha de jotacé Zevallos, por servirse de lo público, no será la última del peor gobierno de la historia. Aún les queda unos cuatro meses más para sorprendernos con alguna otra bajeza. (O)