Los desarrollos en la ciencia y la tecnología han cobrado mayor visibilidad para la sociedad durante la pandemia del COVID-19 que mantiene en vilo a la humanidad.

El conocimiento acumulado, la colaboración entre investigadores, las herramientas tecnológicas de las que se dispone en la actualidad y la inversión económica para respaldar diferentes estudios han hecho posible que en tiempo récord se desarrollen avances para producir varias vacunas con las que se busca frenar la propagación del coronavirus SARS-CoV-2.

Desafortunadamente, también hay una marea de personas que prefieren dar oído a teorías conspiracionistas que inducen a ignorar la evidencia de infectados y fallecidos, y con esa actitud se entorpecen los esfuerzos que autoridades y salubristas realizan para prevenir más contagios.

Para una mayor concienciación de las amenazas que representan las pandemias, el ciudadano promedio debiera poder manejar conceptos que le posibiliten un nivel de comprensión aceptable. Ello requiere que se emprendan mayores esfuerzos orientados a la divulgación científica.

La avidez por el conocimiento no siempre es innata, por eso es menester promoverla desde la educación inicial, la básica y el bachillerato.

Si un niño crece alentado a explorar, a descubrir, a buscar los orígenes y los porqués de las cosas, los hechos y los fenómenos de la naturaleza, estará más predispuesto a interesarse por el estudio y la investigación.

Nuestro país requiere optimizar la inversión pública que se destina a la educación, para que por cada dólar invertido haya una promesa de retorno de beneficio social. Estudiantes curiosos y dedicados podrán convertirse en profesionales proactivos que forjen los cambios requeridos para enrumbar al país hacia el progreso.

Hay quienes sostienen que la única manera de evitar una futura pandemia es que cambiemos nuestros hábitos de consumo. También hará falta cambiar la manera como percibimos el conocimiento, su utilidad y su aprovechamiento. (O)