A pocas semanas de la primera vuelta electoral, se multiplican los comentarios de que estamos a las puertas de la elección más importante en nuestra reciente historia republicana, lo que necesariamente nos lleva a la reflexión de cuántas elecciones “más importantes” ha tenido el Ecuador en las últimas décadas para determinar el verdadero simbolismo de tal suposición. Obviamente se puede sostener que eso de la elección “más importante” es casi un ritual convertido en cliché que se alega en cada proceso electoral, y que en la práctica cada elección juega un rol importante en el desarrollo o deterioro de un país, sin poder sostener la idea de una elección específica convertida en punto sin retorno en el devenir de una nación.

En esa línea y antes de las elecciones del próximo mes, ¿cuál fue considerada en su momento la elección más importante, la de 1929 cuando por primera ocasión las mujeres ejercieron el derecho al voto o cuando ganó Velasco Ibarra en 1946 ya con la vigencia del voto obligatorio? Se podría sostener también que en su momento las elecciones más importantes fueron las de 1978 con el triunfo de Jaime Roldós luego de años de dictadura militar posibilitando el anhelado retorno a la democracia, mientras que para otros puede resultar inolvidable el proceso de 1984 con el triunfo de León Febres-Cordero, recuerdo que lo disputan los seguidores de Rodrigo Borja para quienes las elecciones de 1988 significaron un punto histórico de viraje a una izquierda moderada.

También se podría sostener que luego del caos en el que cayó la democracia del país luego de la destitución de Bucaram, se podría considerar que las elecciones presidenciales de 1998 que marcaron el triunfo de Jamil Mahuad fueron esperadas con gran entusiasmo como las más relevantes de los últimos tiempos, expectativa que quizás también se transmitía en 2002 con la victoria de Lucio Gutiérrez ya en plena vigencia de la dolarización.

Debo suponer que para los seguidores de Rafael Correa, las elecciones presidenciales del 2006 deben ser consideradas las más importantes de la historia ecuatoriana, especialmente si se toma en cuenta el culto que le brindan al exmandatario. Y así, resulta posible entrar en una conjetura interminable acerca de la elección más importante de nuestras vidas, recordando de alguna manera la tradición estadounidense de proclamar a cada elección como la Grande, “aquella en la que hay más en juego que nunca, la que la historia considerará como la bisagra sobre la que giró el destino de la nación”.

Sin embargo y dado el altísimo grado de escepticismo que se cierne sobre el electorado ecuatoriano, me queda la duda de si nuestro pueblo podría considerar las elecciones del próximo mes como las más importantes o si acaso le parece que da lo mismo, que no hay una elección más importante que otra y que las de febrero forman parte de una historia sin final feliz. Ese dato que podría ser considerado irrelevante explica sin embargo y en alguna medida el nivel de desconfianza del electorado y la facilidad con la que llega el discurso populista al corazón de la gente. ¿Hay cómo remediarlo? (O)