Nos preparamos para algo muy especial y único como nunca antes había ocurrido. Es la Navidad en nuestra aldea global, ahora desértica en la pandemia, despojada del tradicional regocijo.
En las redes sociales vemos dibujos y fotos de un improvisado árbol navideño, colgando mascarillas, tarjetas de pesar, otras con mensajes de esperanza, peticiones por la salud y el amparo familiar, las caritas felices reemplazadas por tristes. Las ausencias sin despedidas, el desempleo, el hambre y los temores han cambiado el tradicional festivo. Aun así, debemos sentir intensamente que el nacimiento de Jesús nos llega y nos llena con su mensaje de amor, servicio solidario y esperanzador. A pesar de todo, los niños ríen, saltan, inventan juguetes y juegos; para ellos el distanciamiento es fatal, pues su alegría mayor es el acercamiento para abrazar, besar y halagar a sus seres queridos. Mientras exista esta actitud animada de los pequeños, nos afectará menos el confinamiento. Los abuelos extrañan las luces, el cálido espíritu navideño, la entusiasta reunión familiar sea en una mansión o una sencilla habitación, un gran banquete o un pan y un sencillo juguete. Los lazos afectivos constituyen un oportuno tranquilizante natural. Esta Navidad es inédita, hagamos lo imposible por dibujar una sonrisa en el rostro del niño, el anciano...; que el mejor regalo sea expresado con la bondad de nuestro corazón, como cristiano ejercicio de sencillez y nobleza. Es el mes de la alegría, pensemos como la madre Teresa de Calcuta: “No permitáis que nadie venga a vosotros y se vaya sin ser mejor y más feliz”. “Un corazón lleno de amor, es un corazón lleno de alegría”. Nos toca una Navidad diferente; que sea el mejor momento para darnos con mayor fervor y generosidad. ¡Recibamos paz y bienaventuranzas! (O)
Fernando Héctor Naranjo Villacís, licenciado en Comunicación, Guayaquil