Necesitamos una tregua. Este año ha sido inesperado, duro, difícil, desconcertante para casi toda la humanidad. Nos ha puesto en conjunto, de rodillas ante nuestras limitaciones. Nosotros que hemos hecho del planeta un lugar para consumir, derrochar, enfrentarnos, y también para admirar, proteger, cantar y asombrarnos.

Esta belleza azul que gira sobre sí misma y se desplaza a miles de kilómetros por hora alrededor del Sol sin que nosotros lo sintamos, que lleva cual inmenso hormiguero unos seres que se creían la cúspide de la creación y que descubren que existen millones de galaxias, agujeros negros, mundos infinitos hacia afuera y la misma inmensidad en miniatura y hacia adentro de la Tierra, de nuestro cuerpo y de todo lo que existe. Que imagina otros mundos de acuerdo con lo que conoce y de pronto descubre en su propio planeta metales y minerales que no conocía y animales que no sospechaba que existían.

Nosotros, a quienes un virus ha puesto de rodillas, despojándonos de seguridades, certezas, ritos, explicaciones, y nos ha sometido en conjunto a la soledad frente a la muerte y frente a la vida, nos ha obligado a mirarnos en el espejo frente a frente, ver nuestras máscaras, nuestros miedos, constatar la interconexión entre todo lo que existe y darnos de bruces con nuestra apreciada superioridad intelectual, de raza o de color.

En el mundo occidental nos aprestamos a celebrar la Navidad, que festeja el nacimiento de un Dios que se hace parte de esta minúscula humanidad, niño, indefenso, necesitado. Sin embargo sostenemos que es el Dios fuente y creador de todo lo que existe. Realmente desorientador y misterioso, un Dios que no puede nada por sí mismo, que depende de sus padres, del clima, de otros para vivir y a quien atribuimos la increíble vorágine de la creación de la que hacemos parte. Un Dios dependiente del que todo pende.

Quiero compartir con ustedes un texto de Leonardo Boff, que describe en palabras fuertes y precisas ese asombro fundamental que comprende la pequeñez y lo grandioso que somos, la perplejidad fundamental de la belleza de existir: “Desde el fondo, de aquel océano sin orillas, del big bang, del bosón de Higgs que originó el top quark, el ladrillo material más primordial del edificio cósmico, pasando por todas las fases de la evolución hasta llegar al computador actual y la inteligencia artificial. Y somos hijos e hijas de la Tierra, o mejor, somos la Tierra que anda y danza, que tiembla de emoción y piensa, que quiere y ama, que se extasía y adora al Ser que hace ser a todos los seres. Todo está relacionado con todo, en todos los momentos, y en todas las situaciones”.

Este año no hemos podido despedir a nuestros muertos, celebrar las bodas, nacimientos, cumpleaños, como tampoco podremos reunirnos a la mesa, centro de encuentros y relaciones, como lo hacíamos la noche de Navidad y Año Nuevo. Desde la soledad que nos obliga a descubrir la importancia de estar bien con nosotros mismos para estar bien con los demás, redescubrir el mundo del que hacemos parte, ser el vínculo que permita que todos los seres puedan vivir en plenitud cada brizna de vida y belleza de la que son eslabones, nos preparamos para la celebración del amor que se hizo niño. (O)