Cuando por trabajo tenía que viajar mucho de Guayaquil a Quito, Cuenca, Loja, primero lo hacía en bus interprovincial (8 horas), luego lo hice en avión. Era la época de los aviones de hélice, muchos se caían. Yo iba rezando todo el vuelo hasta que las llantas del avión tocaban la pista de aterrizaje. Sin embargo, nunca creí que podía morirme en uno de esos vuelos, lo soñé sí (pesadillas) pero nada más.
Me negaba a adquirir seguros de vida y terrenos en parques especializados para enterrar a los muertos. Con el pasar de los años empecé a pensar en la muerte. Me compré un terrenito en un cementerio, y tengo un seguro de vida privado y otro más que el colegio de mi gremio adquirió para sus afiliados. Creo que es bueno –de vez en cuando– pensar en la muerte, para ponernos en ‘forma’ con Dios.
Espero llegar a los 75 años. Si el Señor me lo permite. De inmediato le pediré 5 más, y así sucesivamente, hasta los 90. De ahí en adelante, el día que Dios disponga. Mi único afán es ver crecer a mis nietos, observar su desarrollo. Me muero de ganas por saber cómo se van desenvolviendo en sus vidas, sus éxitos, etc. Creo que todos los abuelos deseamos eso. Es lo normal.
Los hijos bien crecidos toman sus propios y buenos rumbos. Solo quedan los nietos, verlos encaminados, estudiar, trabajar y enamorarse. Que Dios los bendiga y los proteja. Es la gran preocupación de los abuelos.
Todos necesitamos rezar, no solo por nosotros, sino por la familia, por los demás. Más aún en tiempo de pandemia y de ideas absurdas y confusas, guerras, de millones de seres humanos que han dado mayor importancia al cuerpo, dinero, poder, etc., que al espíritu, la vida eterna. Que Dios perdone, no saber lo que se hace y no caer en cuenta de los errores. Ojalá reflexionemos. (O)
Sucre Calderón Calderón, abogado, avenida Samborondón