Algo tienen de trino de pájaro o de sonidos naturales del bosque y de la fuente, ciertas expresiones de la música. Para Federico García Lorca, la diferencia esencial entre el cante jondo y el flamenco consistía en que el origen del primero hay que buscarlo en los primitivos sistemas musicales de la India, es decir, en las primeras manifestaciones del canto. El cante jondo, para él, “es tan sólo un balbuceo, es una emisión más alta o más baja de la voz, es una maravillosa ondulación bucal”. He vuelto a revisar esa fascinante conferencia que dictó Lorca el 19 de febrero de 1922, en ese entonces tan vivo como hoy, ante el Centro Artístico de Granada. Lo he hecho luego de escuchar varias canciones de Rosalía Villa Tobella, más conocida como La Rosalía, la cantante y compositora catalana que este año obtuvo el Grammy al mejor álbum latino de rock, urbano o alternativo.
Se trata, pienso yo, de una de las expresiones culturales más diversas y, en ese sentido, complejas y poderosas de la canción en lengua española de nuestros días. Ha entrado, el 25 de septiembre de este año, en esa edad brutal y definitiva para el artista, que son los 27 años, y parece que no le va mal. Si quisiera poner otro título a este artículo ese sería: Rosalía y la tradición. Y con tradición me refiero a lo que para T. S. Eliot consistía en un “sentido histórico” que conlleva “una percepción no sólo de lo pasado de lo pasado, sino de su presencia”, que al artista lo hace “más agudamente consciente de su lugar en el tiempo, de su propia contemporaneidad”. Esa consciencia, para Rosalía, es fundamentalmente lingüística, tiene que ver con saberse habitante de la lengua.
Carolina Sanín, en su análisis del reguetón, ubicó sus antecedentes tradicionales en la literatura medieval, precisamente la de los trovadores que inventaron, según ella, el amor en Occidente, por medio ya no del latín (la lengua de la gramática, la religión y la alta cultura), sino de las lenguas vulgares, las que todos hablaban. Esa invención del amor, además, al menos en la trova del medievo, tenía una triangulación con el sexo y el placer, es decir, con el cuerpo. Acierta Sanín al hablar de reguetón y tradición; pienso, de hecho, en el Mal querer, el disco de Rosalía que se inspira en Flamenca, una novela medieval escrita por un trovador desconocido, cuyo argumento gira en torno a los celos y el amor enfermizo o tóxico. Rosalía, por cierto, ha cantado reguetón con J Balvin, Ozuna, Daddy Yankee, y otros.
El género medular de las creaciones musicales de Rosalía es, sin duda, el flamenco. Ese género que surge como resultado mágico de un proceso migratorio de siglos: el canto de los pájaros, los ritmos populares de la civilización bizantina, las liturgias religiosas de los primeros cristianos de la península, las tribus de gitanos que huyeron de la India, las jarchas en las moaxajas de los árabes, los ritos y padecimientos sefardís. Rosalía, por ser una catalana que hace flamenco, ha sido torpemente acusada de apropiación cultural y otras boberías. Lorca, en su momento, fue miserablemente acusado de “andaluz profesional”, otra forma de enunciar esa apropiación cultural, nada más y nada menos que por Borges. Lo cierto es que Rosalía, sin pretenderlo, está muy unida a Lorca y a su Poema del cante jondo; los une, creo yo, la seguiriya gitana desde la que, en algún punto, nació la guitarra española.
Hay algo místico, casi litúrgico, en Rosalía cuando canta Aunque es de noche. Dice Lorca en su conferencia de 1922 sobre el cante jondo: “La siguiriya gitana comienza por un grito terrible, un grito que divide el paisaje en dos hemisferios ideales. Es el grito de las generaciones muertas, la aguda elegía de los siglos desaparecidos, es la patética evocación del amor bajo otras lunas y otros vientos”. Por lo demás, Aunque es de noche es la versión del difunto cantaor Enrique Morente del poema Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, que en 1578 escribió San Juan de la Cruz. Lo escribió en Toledo, estando preso. Es un poema que habla de la persistencia de la vida y de la claridad del alma, pese a la oscuridad que nubla ciertas épocas. Es un poema sobre la soledad y la posibilidad de la auto-indagación, así como del diálogo con Dios y la fuerza natural del espíritu. Es imposible no escuchar el grito desgarrador y maravilloso del mundo cuando Rosalía canta esta canción. (O)