Dos palabras fueron infaltables en los discursos, artículos, arengas y canciones de la conmemoración del 9 de Octubre. Como sustantivo –independencia– o como adjetivo –independiente–, ambas expresaban una misma idea-fuerza, pero a la vez cada una de ellas aludía a una realidad específica y a un momento determinado. Independencia fue el acto histórico que marcó un hito fundamental en la separación de España del actual territorio ecuatoriano. Independiente es la condición que, a lo largo del tiempo, se ha reivindicado para Guayaquil. Ambas generan debate. La primera, porque no hay acuerdo entre los historiadores sobre su carácter. Unos sostienen que aquellos hechos fueron la continuación de lo iniciado en Quito en 1809. Otros aseguran que octubre marcó el inicio del proceso independentista que se sellaría dos años más tarde en la batalla de Pichincha. La controversia seguirá, porque la historia es un relato que se va haciendo a lo largo del tiempo.

El adjetivo independiente también va tomando contenidos diversos con el pasar de los años y, sobre todo, con los cambios en el contexto social, económico y político. Originalmente sirvió para confirmar la ruptura de Guayaquil con el Imperio español. Después fue el término apropiado para establecer su condición dentro de Colombia (o Gran Colombia) y en relación con las otras provincias del Departamento del Sur. Finalmente, en un tiempo que viene desde los primeros años de la república hasta nuestros días, ha sido la bandera para enfrentarse a ese fantasma realmente existente que es el centralismo. En esta etapa ha sido la consigna movilizadora de diversos grupos sociales, pero en particular de unas élites que han elaborado un diagnóstico y han propuesto unas soluciones que, en caso de aplicarse, significarían una transformación integral del país.

En efecto, si al hablar de Guayaquil independiente se refiere al orden político y no se lo hace en términos metafóricos o en referencia al carácter de su gente, se estaría planteando el separatismo o el federalismo. El primero es la opción radical, que tiene pocos seguidores y que causa temor en propios y ajenos por la dudosa viabilidad de la conformación de una ciudad-Estado. El modelo Singapur, que es el paradigma de esa realidad, es muy difícil de repetir porque no se encuentran las condiciones particulares que lo hicieron posible. El segundo, en cambio, es totalmente factible y ha cobrado cuerpo en los últimos años. Incluso, hay estudios preliminares sobre la manera en que podría materializarse.

Pero, a pesar de ser un asunto de alcance nacional, no ha trascendido los límites de la ciudad de Guayaquil o a lo mucho los de la provincia de Guayas. El resto del país escucha las proclamas y cree oír una consigna que no le compete, que le resulta ajena, que es privativa de un territorio específico. A no pocas de esas personas que la sienten como un eco lejano les causa temor el adjetivo. Independiente ha pasado a expresar algo muy diferente al objetivo que quiere calificar y se ha convertido en un impedimento para trasladar el debate hacia el ámbito nacional. Si se quiere abordar en serio el tema, es necesario poner sobre la mesa de la política nacional el debate de fondo, que es el del federalismo y dejar en receso al adjetivo. (O)