El Estado soy yo, afirmó, sin exageración, el Rey Sol, Luis XIV. No se quedó atrás un expresidente cuando aseveró que era el jefe de las tres funciones del Estado; y lo hizo con la aceptación expresa o tácita de quienes nacieron a la vida pública bajo su autoridad –y que desde que dejó su cargo se le han rebelado–; y puede sostener, con razón, lo que yo expreso en el título, la ministra de Gobierno, porque ha dispuesto y dispone en asuntos de salud, de educación, y prácticamente en todo lo que concierne dentro de la Administración. En la ausencia pública, casi permanente del presidente de la República, quien alguna vez nos comunica alguna decisión gubernamental con teleprónter o felicita a Carapaz por Twitter, es la ministra la que nos hace saber qué podemos y qué no podemos hacer.

Es así. Pero, ahora, buscando más espacio para sus talentos, ha decidido intervenir en las relaciones exteriores, en la política internacional, y, asumiendo la función de jefe de Estado y de canciller, le ha prevenido a la República Argentina, la que hasta hoy no ha concedido asilo a la señora Duarte, y menos, por tanto, ha pedido un salvoconducto para ella, que el Ecuador no le concederá tal salvoconducto. Tal vez no meditó en que su declaración, por ser ministra de la política, tiene carácter político, y el caso Sobornos 2012-2016, si no se lo maneja, estrictamente, por las vías judicial y diplomática, se puede convertir a los ojos del mundo en un caso de persecución política, que puede beneficiar al conjunto de los implicados en el caso Sobornos; la Interpol, antes de actuar, analizará esta declaración para valorar si se trata de un asunto judicial o político.

Las embajadas en Quito habrán informado a sus cancillerías; la tomará en cuenta Bélgica, si el condenado principal le llegare a solicitar asilo; México se sentirá justificado del asilo concedido a varios correístas; Maduro hará lo propio. Probablemente, la ministra no pensó en las consecuencias, y solo actuó por la indignación de que la señora Duarte, con grillete, supongo, viajó de Guayaquil a Quito e ingresó a la Embajada argentina en las barbas de la seguridad a cargo de la ministra; como fugaron antes, por separado, los hermanos Alvarado y unos cuantos más que ya no están en el país. Las formas son esenciales en materia diplomática. La Cancillería, de concederse el asilo, se opondrá con sus razones a la luz de las disposiciones de la Convención Interamericana del Derecho de Asilo, de 1954. Carlos V decía que “quien no sabe callar no sabe gobernar”. Como el presidente Lenín Moreno no contradecirá a su ministra general, a quien quiso hacer su vicepresidenta, la señora Duarte habitará largo tiempo en la amplísima, hermosa, Embajada de Argentina, como Haya de la Torre en la de Colombia en Lima. ¡Pero qué contraste con la cárcel de Latacunga!

Tan personifica la doctora Romo al Gobierno que Diana la Cazadora no se atreve a invadir sus cotos de caza, ni siquiera por la malsana curiosidad de averiguar quién en el Gobierno repartió los hospitales.