Dos malhechores fueron crucificados junto a Jesucristo, uno bueno y otro malo. Mientras el ladrón malo se deleita en la injuria, el ladrón bueno se arrepiente del mal que ha hecho. Parece que en nuestro país todos los ladrones son malos, puesto que no se ha oído jamás que alguno se haya arrepentido de sus malas acciones ni que haya pedido disculpas, peor que haya devuelto lo robado junto con la dosis correspondiente de vergüenza.
El que roba se cree ‘superior’ a los demás, ya que piensa que nadie se dará cuenta de sus malas acciones. Esto muestra una pujante soberbia habitando en el corazón del ‘amigo de lo ajeno’. Además, es una persona que está dispuesta a hacer lo que sea para mantener oculto su delito, es capaz de mentir, engañar e inclusive llegar a matar al que descubre o denuncia su fechoría. Su estancia tras las rejas le garantiza el aprendizaje con avezados cleptómanos que le perfeccionarán en el arte del mal hacer, podrá divertirse en fiestas con mucho alcohol, teléfonos celulares a su disposición y armas blancas y negras a su alcance, para silenciar a todo aquel que se oponga a su omnímoda voluntad. (O)
Gustavo Antonio Vela Ycaza, médico, Quito