Hacer pronósticos sobre la próxima elección puede ser uno de esos juegos entretenidos que no tienen una finalidad práctica. Sería tan útil y recomendable para entrenar la mente como lo es buscar la solución de un sudoku o encontrar las palabras precisas de un crucigrama, pero no ofrecería pistas para avizorar lo que se viene. La confusión que surge de una enorme cantidad de precandidaturas es el aspecto más visible, pero solo es una de las expresiones del problema. Un sistema político que no logra recuperarse después de una larga época de caudillismo concentrador, con membretes en lugar de partidos políticos, con leyes electorales inadecuadas e instituciones huérfanas de apoyo ciudadano, plagado de prácticas corruptas e ineficaz ante la pandemia, está condenado a dar palos de ciego ante algo tan corriente en democracia como es una elección.

Si eso es así para la política real, no se puede pedir mucho más a quienes tratan de entenderla. Pero, a pesar de todo es difícil resistirse a la tentación de hacer cálculos y ya se pueden encontrar sesudos análisis sobre los posibles escenarios. Entre los que se han difundido en los medios y en las redes hay una coincidencia sobre la posibilidad de que el candidato del correísmo ocuparía uno de los dos primeros lugares y pelearía la segunda vuelta. Quienes opinan así se basan en un dato objetivo, que es el exitoso desempeño histórico de esa tendencia, pero olvidan el declive iniciado a partir de las elecciones de 2014, continuado en las de 2017, 2018 (consulta) y 2019. Es indudable que mantiene una base relativamente firme y que hasta ahora es el principal beneficiario del rechazo al Gobierno y de los efectos de la crisis, pero hay otros factores que dependen principalmente de la campaña. El escaso conocimiento de los candidatos que conformarán el binomio, la ausencia de su líder, los cambios de posición en temas fundamentales (dolarización, feminismo, ecologismo) y sobre todo el posible surgimiento de una opción claramente opuesta y con posibilidades de triunfo pueden reducir esa ventaja.

Otro escenario que se ha difundido es el de una definición por pocos puntos, como sucedió en la última elección para la Alcaldía de Quito. Eso podría ocurrir si no llegara a configurarse la polarización entre dos opciones. Sobra decir que la expectativa que crea esta posibilidad es uno de los principales incentivos para la multiplicación de candidaturas, ya que mínimas votaciones de familiares y vecinos constituyen la llave para pasar a la segunda vuelta. En otros términos, es una lotería que puede premiar con el sillón de Carondelet a cualquiera de los diez o más improvisados que ahora se cuentan entre los precandidatos. Más allá de esperar que la polarización haga su trabajo, no hay manera de evitarla, ya que es ingenuo esperar que recapaciten antes de la inscripción.

Finalmente, quienes ven a la política como continuación de la guerra, consideran que la balanza se inclinará en favor de quien se muestre más duro con el gobierno de Moreno. En esa línea van los ataques a la ministra Romo (de los que excluyen a otros operadores políticos), aunque sean electoralmente estériles para todos, con excepción del correísmo que tiene el argumento de la traición.

En fin, son palos de ciego. (O)