Vuelvo a Benjamín Carrión a propósito de mis reflexiones sobre la ausencia de políticas culturales: más allá de las décadas que han pasado, no se cumplió su deseo de que el Ecuador se convirtiera en un promotor de la cultura, peor aún en una potencia cultural. Más bien, el Estado no deja de errar en la conducción de las políticas culturales, sin coherencia, sostenibilidad o planificación a largo plazo. La situación de precariedad de quienes se dedican al arte es, por lo general, dramática. De las 14 120 personas que constan en el Registro Único de Artistas y Gestores Culturales (RUAC), solo 1153 se benefician de fondos concursables, es decir, sólo el 8,16 %. Recordemos, además, que no todos los artistas del país constan o quieren constar en el RUAC, por lo que no es un indicador confiable. ¿Cuántos dentro del inmenso universo de artistas ecuatorianos tendrán seguridad social?

La profunda incomprensión de la situación de la cultura le lleva a ese ministerio a recrear situaciones de grave irrespeto a los artistas. Poco antes de la concesión del Premio Nacional Eugenio Espejo 2020, los nueve finalistas tuvieron un encuentro telemático con quien ejerce como ministro de Cultura. Fiel a la tónica del premio y del ministerio, los mayores exponentes de la cultura, la literatura y la ciencia fueron sometidos a una dinámica más parecida a la de un reallity como ‘Yo me llamo’, que al mayor reconocimiento del Estado en esas áreas. Luego de décadas de contribución al país, les pidieron que contesten, con control de tiempo, cómo aporta este galardón a la cultura. ¿Qué pretendía el ministerio de Cultura? ¿Evocar los frívolos concursos de belleza? ¿Un jurado evaluaba esas respuestas? ¿Influían esas respuestas, incómodas, en la decisión final? Dice al respecto la escritora Cecilia Velasco: “A estas alturas, quienes no llegaron a las ternas de finalistas deberían estar aliviados… La experiencia me ha parecido similar a la de un concurso de finalistas juveniles o una sabatina escolar. Doloroso ver a artistas y creadores comprometidos a señalar lo bueno de este premio nacional y a demostrar que están allí porque lo merecen”.

Desde el principio, la edición 2020 del premio causó revuelo e inconformidad, sobre todo por parte de las personas que no fueron escogidas finalistas. En mi columna anterior reflexiono al respecto. Y, por error, afirmo que el gobierno de Moreno lo volvió bianual, una decisión que aparentemente se habría tomado en 2012, cuando el actual jefe de Estado era el vicepresidente de la República. Por supuesto que el maestro Álvaro Manzano cuenta con todos los méritos y credenciales y que era justo reconocerle con el premio mayor del arte y la cultura, así como a Katya Susana Romoleroux en categoría de ciencia, y a Juan Valdano Morejón en literatura. Los felicito y me alegro por ellos. El proceso, sin embargo, fue un desastre.

No deja de sorprenderme que, en el criterio del Estado, el Ecuador no tenga escritoras que merezcan el premio. Históricamente, sólo una escritora lo ha recibido. Algo similar sucede en las otras categorías. En la terna literaria estaba quien es, probablemente, la más genuina escritora viva del Ecuador y una de las mayores de América Latina. De hecho, en esa terna había dos mujeres geniales, absolutamente imprescindibles. Las dos perdieron. No resto valor a Valdano, bajo ningún concepto. Pero es necesario transparentar los criterios en los que se tomó la decisión. ¿En qué se basaron? Y por supuesto que el premio debe reconocer la calidad y la transcendencia, incluso la vida dedicada al arte, y no el género, pero no hay que estudiar demasiado la historia ecuatoriana para saber que, ocultas entre las sombras, ha habido escritoras, científicas y artistas brillantes y únicas, no reconocidas. Es como si no hubiera ministerio o como si el ministerio ignorara adrede la situación de la cultura, el mundo contemporáneo y la gestión cultural. ¿Dónde quedan las vidas dedicadas al arte y la literatura de tantas mujeres durante décadas? ¿La posibilidad de hacer cultura en el Ecuador sin morirse de hambre por la falta de políticas eficientes de fomento a estas actividades? ¿La larga lucha de los cineastas que devino en la creación del ICCA, hoy fusionado improvisadamente a otro organismo? Quizá es hora de que ese cargo se entregue a gestores culturales profesionales, no a famosos o amigos del poder de turno. (O)