Hace algunos días más de 2500 toneladas de nitrato de amonio se expandieron en el cielo de la capital libanesa, dejando más de 150 muertos y alrededor de 5000 heridos. No es novedad que Líbano viene afrontando una crisis política y económica donde la indignación social no ha parado de protestar contra un modelo actual basado en un reparto del poder entre confesiones religiosas.
La explosión ha empeorado la situación, llevando a este gran país a una crisis sin precedentes en donde los sistemas corruptos son más grandes que el Estado. Hay que recordar que Líbano siempre ha sido un ejemplo de un país soberano donde la coexistencia ha sido ejemplo en el Medio Oriente y ha estado acostumbrado a sobrevivir. Tras 15 años de guerra continua (1975 – 1990) se ha mantenido en una cultura sobresaliente, pero envuelta en intereses políticos corruptos, reflejando en la actualidad una deuda pública que supera los 90 millones de dólares, es decir, más del 170 % del PIB, siendo uno de los más altos del mundo, según el diario El País. Es difícil amigarnos con los momentos difíciles, sumando la crisis sanitaria y económica que afecta actualmente a la población mundial y Líbano no es la excepción. Líbano debe actuar con unidad, como siempre se ha caracterizado un país de convivencia y solidaridad entre cristianos y musulmanes, que siempre a falta de todo ha sido solidario, acogiendo a más de un millón de refugiados, dando al mundo una lección de humanidad. La tierra de los cedros construirá su futuro con yacimientos de la historia con muchos fracasos y aciertos, pero como el ave fénix su capital Beirut resurgirá de las cenizas siendo el ejemplo de un bello mosaico de etnias y comunidades religiosas. (O)
María José Reshuan Landívar, 28 años, docente, Guayaquil