Con excepción del arte, la política es la actividad en que mejor calza la aplicación de los versos de Campoamor “… en el mundo traidor nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira”. Pero, mientras en el arte esa subjetividad de la mirada es infinita, porque es pura creatividad y, al fin y al cabo, se trata de gustos y colores, se supone que en la política hay límites que están marcados por los hechos duros y puros. Pero, esa creencia se estrella todos los días contra un muro formado por los intereses, las ideologías y los cálculos de quienes la practican. Ese muro es el cristal con que se mira y es el que logra algo que parece tan improbable como cambiar el pasado y alterar la realidad tangible. Así, la política, entra a competir con el arte en la creación de una realidad inexistente.
La semana pasada fue rica en ejemplos de ese ilusionismo. Uno de estos fue la negociación de los bonos por parte del Gobierno. Las mentes ardientes hicieron las más variadas interpretaciones para negar un hecho que es claramente positivo para el país y que beneficiará principalmente al próximo Gobierno. Frente a las evidencias de una negociación exitosa (reducción de la deuda en alrededor de mil quinientos millones de dólares, extensión de los plazos, aplicación de periodos de gracia y baja de las tasas de interés) ensayaron juegos artificiosos. Sin avergonzarse de colocar el título de economista delante de su nombre, uno comparó los bonos con autos usados, otro del mismo gremio afirmó que la aceptación de los acreedores demostraba el perjuicio al país. Mientras su líder, con una cautela que le es ajena y como si nunca hubiera ocupado un cargo en ese campo, sugirió que se debía negociar por el valor del mercado y no por el nominal. En cualquier caso, la negación de la realidad.
Otro caso fue el arresto domiciliario del expresidente colombiano Álvaro Uribe. Si esas cabezas ardientes fueran coherentes con la ideología que dicen sostener, deberían alegrarse, ya que con ese señor se han jurado eterna enemistad (y, además, porque hay múltiples razones para que sea procesado). Pero, al hacerlo pondrían en duda todo el cuento del lawfare que han venido construyendo. Reconocer que la justicia de un país encausa a un político de la orilla opuesta destruiría el discurso de la persecución ideológica. Por esa misma razón nunca han hecho referencia a los cinco expresidentes procesados, apresados y suicidados en Perú o a los que enfrentan juicios en otros países. Para mantener la condición de perseguidos –elevada a la de mártires en su visión religiosa de la política– es necesario inventar una realidad. Que eso signifique guardar silencio ante un caso como este, es apenas un pequeño costo que se debe pagar.
A esos hechos se podría añadir la comprensión y la permisividad con las condiciones de los préstamos chinos y la condena a la más mínima insinuación del FMI. En fin, la política entendida de esa manera tiene un doble movimiento de negación y creación de la realidad. Niega lo evidente, los hechos tal cual se produjeron, y en su reemplazo crea una ficción que se va transformando en realidad. El discurso, el relato, se van imponiendo y la gente termina votando por sus creadores. (O)
Así, la política, entra a competir con el arte en la creación de una realidad inexistente.