Sumidos en angustia existencial por la pandemia y desanimados por la crisis moral a causa de la corrupción en el país, los ecuatorianos debemos recordar que afortunadamente existieron, y aún existen, personas virtuosas que en diferentes épocas, circunstancias y profesiones, nos legaron un imborrable testimonio y ejemplo de conducta, alcanzando la inmortalidad a través de sus acciones.
Conmemoramos mañana el centenario del natalicio en Guayaquil, el 5 de agosto de 1920, del teniente Hugo Ortiz Garcés, héroe nacional. Al morir su progenitor, su madre lo llevó a Quito donde cursó estudios escolares y colegiales recibiendo su despacho de subteniente de Caballería en 1939 al egresar del Colegio Militar Eloy Alfaro. Cuando se produjo el conflicto bélico con el Perú, se encontraba como comandante de un destacamento en el río Santiago, provincia de Morona y fue donde escribió su página gloriosa en la historia militar al ofrendar heroicamente su vida, defendiendo nuestra heredad territorial, en un desigual combate por la abrumadora superioridad en efectivos y capacidad logística del enemigo, un 2 de agosto de 1941; tres días antes de cumplir sus 21 años y en la misma fecha en la que 131 años antes se había producido otro hecho trágico de nuestra historia: la masacre en 1810, de los patriotas partícipes del Primer Grito de la Independencia el 10 de Agosto de 1809. Sepultado por los soldados peruanos en el lugar de su heroica muerte fue exhumado y llevado a Quito en 1943; fue ascendido post mortem al grado de teniente y sus restos reposan en el Templete de los Héroes del Colegio Militar de la capital. Avenidas y calles, sendos monumentos en las dos principales ciudades del país, un destacamento fronterizo que defendió la frontera en 1995, centros educativos militares y una unidad de caballería motorizada de nuestro glorioso Ejército, perennizan su nombre, su paradigma y sacrificio. (O)
Enrique Fernando Suárez Salazar, policía, Quito