El centenario de la muerte del gran humanista alemán Max Weber (1864-1920) ocurre en medio de circunstancias que hacen oportuna la revisión de su pensamiento. En especial vale analizar su conferencia “La política como profesión”, puesto que vamos a procesos electorales caracterizados por un rechazo generalizado a los ‘políticos’. Curiosamente los ciudadanos pretenden que “no sean políticos” quienes justamente se van a involucrar en una actividad eminentemente política. Weber encuentra dos tipo de políticos: quienes “viven de la política” y quienes “viven para la política”. Los primeros tratan de hacer de tal actividad una fuente de ingresos permanente, mientras que los segundos tienen un patrimonio o una actividad a la que pueden sustraer tiempo. Esto produce que los dirigentes políticos, sobre todo al más alto nivel, provengan de los estratos más ricos. Señalo que este pensador, un verdadero científico social, nunca usa un término de manera peyorativa y peor añadiéndole calificativos. Si dice “plutócrata” o “burócrata”, establece una condición objetiva, a la que no añade valoración.
La visión que tienen los ecuatorianos del líder se enmarca por completo dentro del tipo “carismático” establecido por Weber, un “conductor de hombres” en el que se cree. Velasco Ibarra fue, y Rafael Correa es, un factor político gravitante, porque se enmarcan en el arquetipo de lo que el nacional promedio entiende por jefe, enérgico y temperamental. Un personaje de esta laya siempre tendrá cabida, más después de cuatro años de una dirección del Estado errática y blandengue. Alguien capaz de establecer una “dictadura basada en la utilización de la emotividad de las masas” que venga “a poner orden” tendrá la primera opción. En América Latina conviven de forma chocante los caudillos carismáticos con los provenientes de sectores ultrarricos. Sobre todo a nivel de presidencias de repúblicas, cargos en los que se alternan uno y otro tipo. Parece que las elecciones que tenemos por delante serán un enfrentamiento entre el cabecilla populista, o su vicario, y un rico amateur. En Estados Unidos, en cambio, vemos la paradójica combinación de estos dos tipos en un solo Trump verdadero.
La calidad de “político profesional” es para nosotros casi una vergüenza. Pero si se quiere perfeccionar nuestra república es indispensable que existan tales personajes. Mujeres y hombres que han hecho carreras honestas y productivas dentro de partidos sólidos, y han desempeñado cargos públicos con solvencia y pulcritud. El éxito empresarial tiene una mecánica completamente distinta del manejo del Estado. Este no es una empresa y, sin negar la importancia capital de lo económico, un buen gobierno no se mide solo en incremento de puntos del PIB. Es necesario crear instituciones estables que permitan el desarrollo de figuras que reúnan las virtudes que Weber consideraba decisivas para un dirigente: pasión, en el sentido de entrega apasionada a una causa; mesura, porque “la política se hace con la cabeza”; y sentido de responsabilidad. Humanos que, cuando el mundo se muestre necio y abyecto, sean capaces de oponerle un “sin embargo”. (O)










