Hace poco, mi hermana me narraba conmovida cómo un médico entrevistado por la situación de Quito respecto a la COVID-19, con voz quebrada por la emoción, describía el agotador esfuerzo del personal de salud en intentar responder a la crisis.

Es definitivamente conmovedor ver a aquellos verdaderos guerreros, médicos, enfermeros, auxiliares, personal de salud en general; profesionales para quienes la salud no es un frío comercio; quienes lejos de ensoberbecerse o considerarse una élite intocable, están ahí, en la primera línea de combate, enfrentando a la enfermedad, la fatiga, la impotencia, la frustración; frustración al encontrarse limitados de materiales, recursos, herramientas básicas para cumplir el famoso juramento hipocrático de llevar el bien y la salud a los enfermos. Impotencia, al ver que otros cuales buitres carroñeros sobrevuelan todo para engullir lo que les convenga, sin importarles acarrear muerte y dolor.

Estos tiempos de pandemia han evidenciado cuán descuidado está el sector salud, sueldos bajos, majestuosos hospitales usados como monumentos para perpetuar la imagen de ególatras autoridades de turno, pero con muchas áreas sin implementar o con equipos empaquetados, adquiridos porque para alguien fue un buen negocio, pero cuyo destino es la corrosión porque nadie sabe utilizarlos.

La PCR, famosa en estos tiempos por ser la técnica reconocida de diagnóstico del coronavirus causante de la COVID-19, ha debido ser implementada apresuradamente, buscando entre las piedras a biólogos moleculares para conducir los análisis, y apoyándose en el sector privado porque nuestro sector público tiene demasiadas falencias. Una técnica que hemos utilizado privadamente por más de 25 años en el diagnóstico de enfermedades animales, vegetales y humanas, pero que en nuestro país sigue teniendo un incipiente desarrollo. A pesar de haberles planteado a ministros, alcaldes, políticos, la urgencia de potenciar las capacidades de nuestro país en el diagnóstico molecular de enfermedades virales, bacterianas, fúngicas, parasitarias, pocos escucharon, algunos mostraron un educado interés, otros delegaron a sus asesores, otros ni siquiera se tomaron el tiempo. Farsantes, que con sus elefantes blancos y sus demagogos discursos solo quieren ganar votos.

La COVID-19 ha permitido develar a todos nuestra deficiente capacidad de diagnóstico y una carencia de modernas herramientas más sensibles, específicas y rápidas.

Es hora de modernizar los laboratorios públicos, capacitar personal técnico en diagnósticos moleculares, promover programas de pre y posgrado especializados en modernas biotecnologías moleculares para enfrentar mejor no solo al coronavirus actual, sino a muchas otras enfermedades que ocasionan tantas o más muertes que él. Nuestros guerreros que luchan noble y valientemente por salvar vidas, venciendo sus miedos y el agotamiento, deben ser reconocidos, respetados y, sobre todo, apoyados por una sociedad que debe retribuirles su esfuerzo exigiendo mejores condiciones de vida y de trabajo. Dejemos de equivocarnos y comencemos a premiar a quienes realmente lo merecen. (O)