Cuando hablamos de dignidad, en general, siempre nos referimos al valor que posee algo o alguien.
Decimos que algo es digno, porque lo consideramos valioso y decimos que alguien tiene dignidad, porque posee un determinado valor personal. Se trata de algo que a cada persona le hace valiosa, le otorga poseer o tener valor por sí mismo. Tener dignidad humana no es una mera calificación que se atribuye a un sujeto, porque la dignidad, en el caso del hombre y de la mujer, se identifica plenamente con su ser y con el hecho de existir. El ser humano es digno porque ya es y existe y, en consecuencia, su dignidad es precisamente ‘ser y existir’. Esa es la dignidad del hombre y de la mujer, a la que se refieren todas las declaraciones que la han reconocido en el mundo y que responde al hecho de ser todos imagen y semejanza de Dios. Esa dignidad tiene un primer fundamento. Se trata del hecho de ser de cada persona, es decir, la aportación que cada persona da al mundo cuando comienza a vivir, simplemente por el hecho de ser tal como es. Una aportación personalísima, única, exclusiva, irrepetible, puesto que cuando muera nadie podrá aportar al mundo lo que aportó él o ella. En esto consiste la dignidad de la persona, solo por ser persona. Tiene también un segundo fundamento, pues en el instante en que se inicia la existencia de un ser humano en el mundo, esa persona se convierte, de algún modo, en propietario del mundo, este le pertenece, es parte del mundo. Es más, él o ella ya es el mundo. (O)
Jesús Domingo Martínez Madrid, Girona, España