Ya hay respuesta a la repetida pregunta de qué pasará con la Feria Internacional del Libro, tan creciente y bien acogida por la comunidad guayaquileña desde 2015. Habrá feria de manera virtual, esa nueva realidad que se ha instalado en nuestras vidas para suplir las demandas de la calle y superar el riesgo de los contag ios. Sé que algunos dirán “no es lo mismo”, que añorarán el rostro masivo y bullicioso de ese encuentro anual que a muchos nos dio felicidad. Pero preferimos salirle al paso a las circunstancias que prescindir de nuestra fidelidad a los libros. Bien por Gloria Gallardo, a la cabeza de la Empresa Municipal de Turismo, y por Expoplaza, puntales de esta iniciativa.
Las renuencias tecnológicas están en retirada. Pertenezco a una generación en la que todavía algunas personas mantienen distancia con los instrumentos informáticos, pero confío en que lo están reconsiderando. Los hijos y nietos lejanos han volcado a sus miembros al uso del Zoom y demás plataformas que palían las distancias con la imagen sonora. El uso de Facebook e Instagram –preferido por quienes quieren rostros, fotografías más que palabras– también abre ventanas al mundo y pone a nuestro alcance lo que requerimos: paisajes, museos, conciertos. ¿Por qué no, entonces, la simulación de una interactiva feria de libros?
He constatado por mi propia reciente exploración de actividades culturales por vía digital que la atención de los receptores es volátil e inconstante. Que el número de conectados varía con rapidez. O que es escaso –más que nada en nuestro medio–. ¿Ligarse a una dirección para escuchar hablar a la gente es menos atractivo que mirar paisajes o testimonios gastronómicos? Pueden darse estos criterios. Pero así y todo tiene que haber FIL en Guayaquil. Contaremos con una plataforma que permitirá “recorridos” por librerías, consultas a los libreros y editores y adquisición de ejemplares; nos enteraremos de que el mundo de las publicaciones se lentificó, pero no se terminó y va retomando sus esfuerzos con ímpetu. He estado leyendo títulos que salieron durante la pandemia como es el caso de la novela La migración, de nuestro visitante del año pasado, el argentino Pablo Maurette, de la editorial de sus dos ensayos anteriores, Mardulce –cuyos sentidos exprimimos en un vigoroso diálogo presencial–, un trabajo finísimo en imaginación y sabiduría.
Conversar en línea se va haciendo habitual. Me asomo a varios espacios internacionales, cedo al gusto de escuchar voz genuina, de ver gestos y sonrisas de los dialogantes (Mónica Ojeda y Mariana Enríquez estuvieron locuaces y frontales reunidas por Almadía), hay sesiones en las que se pueden poner preguntas escritas por chat –como las que abrió Rosa Montero en pleno corazón de la pandemia en su cuenta de Facebook, dos veces por semana, que fueron un lujo de orientación literaria–. Por eso, la FIL tiene la alegría de anunciar una conexión con la gran escritora española a cuya presencia aspiramos año a año (la forma virtual nos consuela) y que con novela nueva a las puertas nos regalará la gracia y el chisporroteo de su palabra oral. Algunos otros autores desfilarán por las pantallas, convocados por Guayaquil. Analizaremos facetas de nuestro bicentenario. Retomar el proyecto es una incitación a leer y seguir leyendo. (O)









