Los animalistas parten de un grave error, de la antropomorfización de los animales, pues creen que estos tienen características humanas. Y no solo creen que son humanos, sino más que eso, los angelizan al decir que no tienen muchos de los defectos que tenemos hombres y mujeres. Entre los animales hay asesinato de semejantes, infanticidio, femicidio, canibalismo, el incesto es una práctica habitual... y lo hacen precisamente porque no son humanos. Nuestra especie ha suprimido estos comportamientos, que se llaman con precisión bestiales, mediante una herramienta que se da entre animales de manera apenas vestigial: la cultura, que es todo lo que hacemos en tanto somos humanos. Creencias, costumbres, valores, instituciones, que impiden que volvamos a prácticas que consideramos deben limitarse a las bestias.
Una de esas tendencias bestiales es el racismo y, en general, el odio, el desprecio y la agresión contra el diferente. Se ha propuesto llamar a esta propensión “alterofobia”, aversión al otro. Para los animales tiene utilidad, porque excluye genes potencialmente peligrosos para la supervivencia de la especie. Un individuo de color inusitado puede parecernos curioso pero, por ejemplo, no podrá camuflarse eficazmente. Según la especie será excluido o eliminado. Cuando llegó al zoológico de Barcelona el famoso gorila blanco Copito de Nieve, llamó la atención lo amistoso que era con los humanos, cuyo cariño buscaba. Los expertos atribuían esa actitud a que seguramente en su entorno fue despreciado y quizá hasta agredido por sus semejantes, precisamente por su diferencia... De paso, viene al caso, la manera más probable de morir de un bebé gorila es asesinado por un congénere adulto. En todas las especies hay una tendencia centrípeta, que busca igualar a toda la población dentro de su código genético, y una tendencia centrífuga que permite ocasionales cambios, como estos rara vez son buenos se procura eliminarlos, hasta que aparece alguno que supone una evolución positiva y logra conservarse. Curioso, en la cultura hay un movimiento similar, la fuerza conservadora de la costumbre se opone a las innovaciones, pero estas se consolidan cuando, en efecto, significan una ventaja para su sociedad.
No faltan los racistas que dicen que, siendo su bestialidad una tendencia natural, entonces es legítima. Hay tantas tendencias naturales que deben ser limitadas, cuando no suprimidas. Por ejemplo, la venganza, porque dejarla con rienda suelta significaría un retorno no a la barbarie, sino más allá, a la animalidad. El racismo, cualquiera sea el color de sus portadores, es inaceptable. Todos lo condenan pero, en realidad, en todos los Estados del mundo existe en algún grado. En muchos consagrado por las leyes, como en aquellos países europeos que pretenden aplicar exclusivamente el jus sanguinis, es decir, el derecho por sangre, para adjudicar la nacionalidad a los recién nacidos. Y podemos multiplicar los ejemplos en países de todos los continentes. Entonces, antes de lanzar piedras contra el innegable racismo americano, todo el mundo debe fijarse si no tiene el tejado de vidrio en este tema. (O)