Me gustaría transmitir en estas cuatro líneas lo que considero indecencia, pero primero veamos lo que dice el diccionario de la definición de la decencia: “del latín decentia, es el recato, la compostura y la honestidad de cada persona”; el concepto permite hacer referencia a la dignidad en los actos y en las palabras. Indecencia es el antónimo de decencia. Con esa explicación podemos señalar algunas situaciones que pueden ser calificadas con ese adjetivo, –indecencia– y creo que se gana el primer puesto el que se refiere a este: no castigar a quienes aprovecharon el terremoto –sábado 16 de abril de 2016– para robar de diferentes formas, disfrazando con imaginativas maneras sus indignos ingresos.
Indecencia es que no se castigue con toda la fuerza de la ley a quienes aprovechando la emergencia sanitaria por el virus Sars-2 y se han dedicado a robar con compras ilegítimas de mascarillas, artículos de protección para los médicos, pruebas para determinar la afectación del COVID-19, fundas para cadáveres e insumos necesarios para combatir la enfermedad. Indecencia es no saber dónde están los cuerpos que reclaman los deudos y por el tiempo transcurrido jamás aparecerán. Indecencia es que la Secretaría de Riesgo permita sobreprecios en los alimentos que se entregaron a los más pobres. No olvidemos la indecencia que significan los salarios de los servidores de salud que han arriesgado sus vidas y siguen haciéndolo en su lucha por salvar a los enfermos de coronavirus. Indecencia son los salarios de los profesores y obreros en relación con los ingresos de los asambleístas, quienes solo entre ellos se reúnen y deciden elevar sus salarios y beneficios como si fueran los dueños del país y únicos habitantes de esta Tierra. Indecencia son los sueldos de ministros y otros burócratas del círculo de oro. Indecencia es que un empleado tenga que aportar a la caja del Seguro Social hasta los 65 años para percibir una jubilación paupérrima y se permita que se siga robando en el IESS, poniendo en peligro su patrimonio. Indecencia es colocar en la administración pública a miles de asesores cuyo único mérito es ser amigos de alguien. Indecencia es que a un político no se le exija superar una mínima prueba de capacidad para ejercer su cargo (ni cultural ni intelectual). Indecencia es lo que le cuesta al pueblo los gastos de representación, de los banquetes, los coches oficiales, los viajes (siempre en primera clase), las carteras Luis Vuitton y los saldos para los celulares, las tarjetas de crédito... Finalmente la peor indecencia es que todas las indecencias deban ser corregidas por los indecentes a cargo. (O)
Jorge Oswaldo Solórzano Vallejo, ingeniero, Portoviejo