“O adoctrinamiento universitario que utiliza el aula como espacio idóneo para que las ideas y conceptos del profesor sean asumidos y reproducidos como verdades únicas por sus estudiantes”.

La frase anterior podría ser el título de un proyecto de investigación que tendría como objetivo demostrar que, en ciertos casos, algunos profesores consideran correcto posicionar en sus clases como verdades definitivas sus criterios sobre determinados aspectos de la vida en sociedad. El análisis de esta posibilidad, y ciertamente de esta práctica cotidiana, nos lleva a abordar el concepto de verdad, el rol de los profesores y la función de las universidades. Toda persona y, en este caso, todo profesor puede adherir a las formas de pensamiento que él considere correctas y su rol en el aula universitaria le permite, justificadamente, exponer ante los estudiantes los argumentos que según su criterio fundamentan su adhesión a tal o cual corriente de pensamiento o idea específica. Esta posibilidad es legítima y no podría ser de otra manera. Sin embargo, no está bien que esa versión de la verdad sostenida por quien tiene la palabra y maneja el discurso en el aula sea presentada como la única, descalificando en el proceso educativo a las otras que se le oponen. Los jóvenes estudiantes tienen el derecho de conocer lo que piensa el profesor, quien a su vez tiene el deber de manifestar que lo que él dice siempre tiene y tendrá contradictores. La exigencia ética en los procesos de educación radica en el fomento de la libertad de pensamiento de los estudiantes para que decidan su propia posición sobre cualquier tema.

La reproducción, título de esta columna, es para quien la escribe un viejo referente conceptual proveniente de la obra La reproduction. Elements pour une théorie du systeme d’enseignement, publicada por dos importantes pensadores franceses, Bourdieu y Passeron, en el año 1970. En este libro, los autores colocan como introducción un poema de la Edad Media francesa que ironiza sobre la acción de repetir el pensamiento que se recibe, planteando además en el desarrollo de su tesis que en educación lo que se requiere no es reproducir lo que sostiene el otro, sino fomentar la libertad de pensamiento, opinión y disenso, para así motivar en los estudiantes la actitud moral de formular ideas renovadas, que tomando o rechazando lo previo propongan productos intelectuales propios.

El aula universitaria no puede ser el escenario de procesos de adoctrinamiento intelectual, sino debe ser el espacio de conocimiento de las diferentes formas de pensar, pues el objetivo mismo de la educación no es la adhesión forzosa a una u otra doctrina, sino la libre búsqueda de profesores y estudiantes de sus propios caminos y hallazgos. Utilizar el aula para inculcar formas de pensamiento y conseguir adeptos a las causas de quienes enseñan es incorrecto y hasta venal. Así procedieron todos quienes quisieron imponer su forma de ver el mundo, porque la consideraron como la única valedera, con los más trágicos resultados para la humanidad. La universidad es la casa de la razón, del debate y de la libertad… nunca del reclutamiento. (O)