No soy economista y me ayudo con la sabiduría de algunos confiables, personas de honestidad intelectual y también de honradez irreprochable cuando han ejercido alguna función pública. Uno de ellos es Augusto de la Torre. Lo conocí en el gobierno de Sixto cuando era gerente general del Banco Central y lo hizo muy bien. Era parte del frente económico que ha sido calificado como uno de los mejores de los últimos 50 años. Él se ha atrevido a decir sin eufemismos lo mismo que quienes sostenían que el costo de producción del Ecuador es muy alto y que además deberíamos reducir el tamaño del Estado. De la Torre dijo la semana pasada: El salario mínimo del Ecuador es muy alto. También lo escribió el martes 28 Walter Spurrier. En Perú y Colombia, nuestros vecinos y competidores, el SMVG es menor en más de 100 dólares. Y ese sí es uno de los verdaderos problemas, porque determina el costo del empleo en el sector privado y los sueldos del sector público. También la competitividad de las exportaciones.

Cuando se habla de salarios mínimos se olvida de que el mayor empleador de nuestro país es el Estado, que paga la burocracia, el magisterio, la fuerza pública, el servicio exterior; las inversiones, los hospitales y a quienes cuidan de nuestra salud. Todo sale de los contribuyentes. El Estado y los organismos seccionales, de por sí, no tienen plata. La extraen de nuestros bolsillos. Manejan el dinero de nosotros quienes somos el pueblo. Así es en todo el mundo. Si nosotros no pagamos impuestos, el Estado no tiene con qué pagar a los médicos y trabajadores del sistema de salud, ni las mascarillas y el oxígeno, nada. Ahora es peor, porque ni siquiera dinero del petróleo nos ingresa. No hemos tenido nunca una crisis semejante. Pero todos le piden plata al Gobierno, y si no recauda impuestos, ¿cómo paga tantas exigencias que parecen absurdas cuando le añaden dosis de “altiva” violencia? Encima ciertos sectores políticos se aferran a dogmas sin sentido y no apoyan las leyes necesarias para obtener algo de fondos y decir a los acreedores que sí queremos, pero no podemos pagar y que nos den prestado más dinero en mejores condiciones. Usted no puede negociar con sus acreedores si no les demuestra que pone en orden sus negocios.

Un dogma peligroso es aquel de que no es posible reducir el salario mínimo porque es inconstitucional. Díganme, por favor, el texto. El salario mínimo lo fija el Gobierno. La Constitución y las leyes han tejido una urdimbre de protección de los derechos de los trabajadores y está muy bien para protegerlos de la codicia de muchos patronos. Desde los días del liberalismo del siglo XVIII, la historia está llena de luchas reivindicativas de los trabajadores. Hemos conseguido las conquistas a sangre y fuego. Pero ahora hay que concordar, estamos ante una situación que exige sacrificios. Pregúntele a un trabajador si prefiere perder el empleo o ganar menos para conservarlo.

Tenemos que entablar un diálogo para acuerdos inteligentes. Es el camino. (O)