La crisis del COVID-19 nos encontró –como país– no solo con un Estado en soletas –sin recursos, burocratizado y golpeado en sus capacidades institucionales– sino también con un gobierno confinado. Desde antes de la pandemia, el gobierno ya experimentaba su propio encierro, expresado en una gran dificultad para actuar y tomar decisiones frente a la crisis económica. El confinamiento se agravó desde octubre del 2019 cuando el país se vio sacudido por las movilizaciones sociales más intensas y violentas de la última década. De las protestas salió un gobierno con un espacio aún más reducido de acción.

Este gobierno débil, confinado, sin redes sociales y políticas de apoyo, que parece reducido a un círculo mínimo de operadores –hoy agotados– sobreendeudado y con pérdidas millonarias en sus ingresos petroleros, batalla en múltiples frentes solo. Después de octubre no pudo rehacer un espacio de diálogo y concertación, todos nos dispersamos.

Las dificultades del gobierno, que son suyas propias, que no se las debe a nadie, fruto de la trayectoria errática del mismo Lenín Moreno, se estrellan a un bloqueo que surge de la clase política y de la sociedad civil. ¿Con quién puede dialogar el gobierno? ¿Con el movimiento indígena? ¿Con Leonidas Iza? ¿Con Jaime Vargas, el segundo presidente del Ecuador? ¿Con Jaime Nebot, que se ha opuesto sistemáticamente a las salidas económicas propuestas por el gobierno? Que sigue cuidando su espacio político mientras el país y Guayaquil, su bastión social y electoral, se hunden en una tragedia inmensa… Con Lasso el acuerdo se rompió hace meses. ¿Puede dialogar con las cámaras? ¿Con las centrales sindicales? Las cámaras y los sindicatos han sido los primeros en decir no a las medidas económicas.

A ese enclaustramiento gubernamental se suman las permanentes y más duras críticas. Ineptitud, demagogia, indolencia, farsa, torpeza, corrupción, negligencia son los calificativos que circulan por las redes. Algunos analistas piden que alguien despierta al presidente. Moreno no convence, no reacciona, carece de discurso y visión. Desde el frente correísta, mientras tanto, pululan los pedidos más alucinados, descabellados y desestabilizadores. Cazadores golpistas a río revuelto los llama el antropólogo Javier Andrade. El exvicecanciller de Correa, Kintto Lucas, exalta en un artículo reciente la tradición nacionalista de los generales ecuatorianos para que formen parte de un gobierno de salvación nacional porque estamos –dice– en un punto de no retorno. Y a renglón seguido aclara, para que nadie tenga dudas, que no pide un golpe de Estado. Se une así al coro correísta que demanda a diario la renuncia del traidor. ¿Alguien se imagina en este momento sumar a todas las crisis una de transición gubernamental? Delirantes. En la transición, el coronavirus y la pobreza se llevarían a una parte del país.

El confinamiento del gobierno es también de los actores de la sociedad civil y política. Seguimos pensando que el gobierno, este o cualquier otro que se pudiera formar nos sacará del hueco, mientras seguimos todos cómodos gritando desde nuestras cuatro paredes, sin asumir la responsabilidad del confinamiento y el bloque general. Sin un sacudón brutal, gubernamental, social y político, dispuesto al sacrificio generoso y profundo de todos, solidario, de esta crisis no salimos. (O)