Nunca vi tanta agonía en hospitales colapsados; médicos impotentes sin la protección ni equipos para socorrer; parientes buscando a sus muertos; otros, abandonados en aceras con rictus confundido entre si lo mató el virus o la indolencia. Nuestros gobernantes rinden un difícil examen; muchos lo reprueban. Era inevitable que el COVID-19 golpeara, pero no se tomó la precaución suficiente para un impacto brutal, pese a lo visto en otros países. Prontamente se debió organizar el transporte público, suspender eventos masivos, limitar la movilidad, dar mascarillas y guantes al pueblo y obligar su uso, controlar los precios, organizar el suministro alimentario a sectores vulnerables para un efectivo ‘Quédate en casa’.

Nos convertimos en mal ejemplo regional en el manejo de la crisis. El virus nos desnudó como país, mostró una clase dirigente sorprendida, enredada en dudas e improvisaciones. Develó un Estado urgido de invertir más en salud, educación, de depurarse, pues en plena tragedia secreta corrupción. Cierto que países avanzados también están desbordados, pero algunos de menor progreso tomaron medidas oportunas y muestran otro panorama. Faltó un plan más radical para mitigar los riesgos y se afirmaron algunos pasos asesorados por una Organización Mundial de la Salud (OMS) hoy cuestionada en el manejo de la crisis. Hubo declaraciones contradictorias, información poco transparente, celo político, esto genera desconfianza y abona la indisciplina social, cuando se requiere unidad.

Sepultar a los occisos es un viacrucis en Guayaquil, desalmados cobran por trámites, encarecen féretros. Un ataúd de cartón es considerado digno en estas circunstancias, pero refleja la vergüenza de un Estado donde ciertos gobiernos se farrearon el dinero, y el actual paga inoportunamente 324 millones de dólares de deuda externa en plena crisis, fondos necesarios para reforzar la sanidad.

Además, sigue el irrespeto a las medidas, la especulación, el desorden en mercados. Si queremos mitigar el contagio debemos colaborar. Se necesita fortalecer la asistencia alimentaria –hay sectores donde aún no llega y otros donde es insuficiente–. Destacable la labor de médicos, enfermeras, personal administrativo, de limpieza, servicios básicos, del agro, policías, militares, pese a contagiados y fallecidos en sus filas.

El Gobierno debe hallar la mejor vía para superar la encrucijada; como sociedad civil estamos obligados a apoyarlo, pero sin mordazas. Por otra parte, detestable ese intento de sacar réditos políticos quienes gobernaron el país con tantos recursos y heredaron una corruptela institucional más letal que el virus. Ciertos funcionarios no han estado a la altura de las circunstancias; deben dejar la arrogancia, aceptar sus errores, pedir disculpas, para generar unidad, confianza y solidaridad. Algunos están renunciados; otros, llegado el momento, deben dar un paso al costado por dignidad y respeto, para que tantos muertos por COVID-19 u otras causas puedan descansar en paz. (O)