El filósofo Juan Bautista Vico en 1725 publicó un libro, la Ciencia Nueva (título abreviado), en el que sostiene que el hombre dejó el estado de barbarie mediante la adopción de tres principios, uno de los cuales es sepultar los cadáveres humanos, para que no sirvan “de pasto a cuervos y perros” y que los hombres “como cerdos, comieran bellotas entre la podredumbre de sus muertos”.

Retrocedo más en el tiempo al año 441 a. C., al estreno de Antígona, una de las obras maestras de Sófocles. Antígona era una princesa hija del rey Edipo quien, desobedeciendo la orden del rey Creonte, quiso sepultar a su hermano Polinices, muerto en una guerra fratricida. Creonte quería que los cuervos y los perros se comieran el cadáver y que su alma anduviera errante en el mundo de los dioses subterráneos. No había castigo peor. Antígona desobedece diciendo que cumple las leyes divinas que ordenan sepultar a los muertos y se alza contra la autoridad. En el conflicto entre las leyes divinas y las humanas, perece la mujer porque el tirano ordena su muerte, pero ella se suicida. Antígona es una heroína excepcional, sus discursos son modelo de razón y rebeldía. Ella es firme en su amor fraternal. Es un personaje de profunda inspiración humana, como todas las grandes obras de Sófocles y los dramaturgos griegos de la Antigüedad.

¿Por qué me he atrevido a estas referencias a riesgo de ser acusado de impertinente? Lo hago para señalar lo profundo que está en el alma humana la obligación de enterrar a los muertos. Porque me aflige ver a hijos y madres sufrir porque no pueden enterrar a sus muertos. Tienen que esperar 3 o 4 días para que alguien cumpliendo “el protocolo” (idiota palabra de moda) se lleve los cadáveres que ya hieden. No hay un Jesucristo que resucite a esos Lázaros. Están allí, pudriéndose, en el destino común de la carne.

No es un día. Son varios. La televisión da cuenta del grave problema que la autoridad recién empieza a resolver. ¿Será posible que haya habido tanta ineptitud para resolver un asunto que debía preverse con un poco de lógica? Porque si hay pandemia, hay muertos.

Los burócratas consideran que su misión (fatal) es crear dificultades, porque siempre se cuidan las espaldas y no se atreven a innovar. Por eso el protocolo, las instrucciones. Por la misma razón los jefes deben ser más sensibles e imaginativos. ¿Quién responde por el dolor sufrido por tantas personas en Guayaquil?

Esta pandemia también ha revelado la deficiencia de algunos servicios públicos. Las redes telefónicas están congestionadas. Parece que tampoco se previó que solo queda ese recurso para comprar cosas necesarias. Uno puede morirse de necesidad y no hay quién responda. Me consta.

El presidente Moreno debe actuar y sancionar estas graves faltas de calidad. Ahora necesita apoyo y unidad y tenemos la obligación patriótica de ofrecérselos, así él no los pida. Cuando pase la crisis, sancionaremos a quienes se aprovecharon ilícitamente de las necesidades del pueblo. (O)