La amenaza que representa la transformación del COVID-19 en pandemia ha generado las más curiosas reacciones entre los distintos gobernantes del mundo. Desde las erráticas decisiones del primer ministro de Inglaterra, Boris Johnson, hasta las coercitivas medidas de censura de Xi Jinping para intentar impedir la propagación de la información, y no del virus en China, pasando por la insensatez española al no detener las manifestaciones por el Día Internacional de la Mujer del 8 de marzo.

Sin embargo, las reacciones más inverosímiles han tenido lugar en Latinoamérica, donde los distintos gobiernos han tomado abordajes poco convencionales.

En Nicaragua, por ejemplo, el presidente Daniel Ortega convocó el pasado 14 de marzo a una marcha en contra de la pandemia: ‘Amor en tiempos de COVID-19’ fue el nombre de la movilización que atravesó las calles de la capital nicaragüense. La primera dama y vicepresidenta, Rosario Murillo, afirmó poco antes del acto que marcharían con la “fuerza de la fe y la esperanza (…) en oración permanente y solidaridad con todos los pueblos, familias y hermanos en el mundo afectados por el coronavirus”. Pero si como la convocatoria en sí misma no fuese suficientemente escandalosa, también obligaron a los funcionarios públicos a asistir, so pena de sanciones que pueden incluir hasta el despido.

En México, por su parte, el presidente López Obrador ha participado durante la última semana en múltiples actos populares, en los que la población se aglutina para saludarlo y hacerle llegar sus peticiones. Como es costumbre, el líder mexicano no escatima en derrochar abrazos y besos, una gran cantidad de los cuales van dirigidos a adultos mayores.

Pero aún más llamativo que su desdén hacia la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de aumentar la ‘distancia social’ suspendiendo todos los eventos de participación masiva con el fin de disminuir la propagación del virus, son las palabras que compartió durante una rueda de prensa el pasado miércoles 18 de marzo en la que se abordó brevemente a la preparación del sistema de salud mexicano frente a la pandemia, afirmando que se sentía tranquilo porque contaba con el mejor sistema de protección, que denominó como el escudo protector: “El escudo protector es la honestidad (…) eso es lo que protege. El no permitir la corrupción (…) Y mire, este es el detente. ¡Detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo!”, declaró mientras mostraba una estampa del Corazón de Jesús.

Pero cuando de realismo mágico se trata, Venezuela siempre quiere aportar su grano de arena. Así el gobierno de Nicolás Maduro también reaccionó de manera poco ortodoxa especialmente para su antiimperialista ideología chavista. El miércoles 18 el canciller Jorge Arreaza hacía pública una carta en la que Nicolás Maduro se dirigía a la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI) para solicitarle “una facilidad de financiamiento por 5 mil millones de dólares del fondo de emergencia del Instrumento de Financiamiento Rápido (IFR)” con el objetivo de robustecer los sistemas de detección y respuesta del virus.

La sorpresa no fue que no haya reparado en lo más mínimo en los procedimientos formales, sino que decidiera acudir a este ente de financiamiento en vez de a sus tradicionales aliados China y Rusia. Pero la guinda la reservó a las últimas líneas de la carta, cuando decidió implementar un calificativo para referirse a la institución financiera. En la carta el también presidente anticapitalista y antiimperialista califica al FMI como honorable organismo (valga el inciso para aclarar que honorable, según la Real Academia Española significa “digno de ser honrado o acatado”).

Todos estos líderes se han acostumbrado a hacer política de esta manera. Y sería mezquino no reconocer que les ha funcionado, pues al fin, todos ocupan los principales puestos de poder de sus países. Algunos incluso en contra de las grandes mayorías nacionales e internacionales. Pero el COVID-19, aunque indudablemente tendrá repercusiones políticas en todo el mundo, no es una más de las luchas internas. El coronavirus representa, tal como ha señalado la presidenta alemana Ángela Merkel, el “mayor desafío desde la Segunda Guerra Mundial”. ¿Tendrán preparado algo más que marchas, estampitas y alabanzas? (O)